De un tiempo a esa parte, cada día me da más por pensar tanto en el pasado como el futuro. Fruto, supongo, del paso de los años, que hace que llegue un momento en que echar la vista atrás sea cada vez más frecuente. Un momento de la vida que coincide con visitas al tanatorio con más habitualidad de la que una quisiera. Porque las pérdidas de padres y madres, propios o de amigos y familiares, se convierten en una dura e inevitable ley de vida.

Pero el momento en que a una le empiezan a sonar todas las alarmas viene cuando esas visitas al tanatorio ya no son a personas que pertenecen a la generación anterior, sino a la propia. Muertes prematuras, sin duda, pero no tan prematuras como entendíamos antes si alguna persona de nuestra edad fallecía. Y es que mi generación, que según unas informaciones es la de los Boomers y según otras es la Generación Z, ya empieza a estar en la línea de salida. Y eso duele, aunque si todo va bien, nos queden muchos años por delante.

No obstante, no está de más repasar todas esas cosas que hemos vivido y de las que casi no somos conscientes. Además de lo acontecimientos históricos que constituyen los atentados de las Torres gemelas, el 11 M, la pandemia, las guerras de Ucrania y Gaza o la reciente DANA, entre otras muchas -no olvidemos el recientísimo apagón-, también hemos vivido acontecimientos mucho menos violentos y más progresivos que han cambiado para siempre nuestra existencia.

Nuestro padres y abuelos hablaban de la llegada del teléfono a las casas o de la generalización de la televisión como el no va más de los cambios, pero tal vez los que hemos vivido quienes llegamos después sean todavía más determinantes. Porque ahora nadie concebiría trabajar sin un ordenador, pero no hace tanto que la máquina de escribir o la calculadora eran el no va más de la modernidad.

Aunque tal vez lo que más ha cambiado nuestras vidas han sido Internet y los teléfonos móviles. Ya nadie queda en un sitio a una hora, sino que va anunciando su llegada minuto resultado, y tampoco hace falta tener una memoria prodigiosa o acudir a la enciclopedia para averiguar los datos de cualquier cosa, porque siempre los tenemos a un clic de teclado de nuestro móvil. Aunque seamos de esas personas que necesitan pararse a mirar la pantalla y teclear en vez de hacerlo al mismo tiempo que nadar como hacen nuestras hijas e hijos. Y no quiero ni pensar lo que sucederá -o mejor, lo que está sucediendo- con la inteligencia artificial.

No obstante, hay cosas que no cambian. Las imágenes que vemos en televisión de Gaza, de Ucrania o de otros territorios asolados por la guerra podrían ser las de cualquier otra época. Y otro tanto cabe decir de la destrucción que causan las catástrofes naturales como terremotos e inundaciones. Y esto debería hacernos reflexionar. Con todo lo que se supone que hemos avanzado ¿cómo es posible que no hayamos sido capaces de evitar unas y de aminorar los efetos de otras?

Y es que no hemos avanzado tanto como pensábamos. Por desgracia.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)