Hoy se cumplen 25 años del secuestro de Miguel Ángel Blanco, un joven concejal del Partido Popular en Ermua, Vizcaya. ETA pidió el acercamiento de los presos de la banda y fijó un ultimátum: o se hacía ya, o lo asesinarían en 48 horas. El mal, desgraciadamente, siempre cumple sus promesas.

ETA murió un 10 de julio de 1997. Ese día, a las 15:30, en la calle Ardanza, la terrorista Irantzu Gallastegui obligó a Miguel Ángel Blanco a meterse en un vehículo cercano. Ya sólo hubo noche para el concejal. ETA quiso chantajear al Estado con la vida del joven vizcaíno. Acercamiento de presos o asesinato. El mal siempre cumple su palabra. A Miguel Ángel y a España se les rompió el corazón en el mismo instante. No fue ni la primera ni la última muerte firmada por la banda terrorista, pero algo hizo crac en todos nosotros aquella tarde de domingo cuando, aun con vida, su cuerpo fue encontrado en un descampado de Lasarte-Oria. Su agonía se internó en la madrugada. Televisores encendidos. Radios en la mesita de noche. Dos tiros en la cabeza, ellos. Dos manos blancas contra el cielo, los demás. Las calles se llenaron de indignación y luto. 29 años tenía el concejal. Esto no iba de política, ni de megalomanías nacionalistas, esto iba de lo que somos. De seres humanos. De convivencias pacíficas. De futuro. De aspirar a un mundo aún mejor. Y ETA llevaba demasiado tiempo ensombreciendo el presente del País Vasco y en su ansia de matar, del resto de una España que, de una vez por todas, enseñaba los dientes a esta gentuza.

Al increíble y nunca lo suficientemente reconocido trabajo de Policía, Ertzaintza y Guardia Civil, se unía esta vez la univocación de todos los partidos políticos; excepto HB, claro, señalados desde el primer momento como cómplices del asesinato. Aunque ETA acabó, oficialmente, en octubre de 2011; tengo la sensación de que fue ese verano de 1997, y la muerte a sangre fría de Miguel Ángel Blanco, el que zarandeó definitivamente a los que ni Hipercor ni las casas cuartel habían sacado de su cobarde equidistancia. Aquel día 10 de julio habían dejado un mensaje anónimo en una de las centralitas del Ministerio del Interior: "Hijos de puta, lo de Ortega Lara lo vais a pagar". El asesinato del joven de Ermua fue la venganza de ETA tras la liberación del funcionario de prisiones encerrado en un zulo durante 532 días. Así fue el laberinto de vileza de una banda sin razones, ni corazón ni pulso. Por eso, el terremoto moral que sacudió toda España en ese verano maldito. Un antes y un después en la historia del oprobio de un país demasiado acostumbrado al luto. El llanto se llenó de rabia y la rabia se llenó de futuro. No había sitio para discursos frágiles ni para dobles sentidos. ETA y HB eran dos ramas del mismo tronco. Y España no iba a dar ni un paso atrás.

Cuando llegué al Ministerio del Interior en 2016 comprobé, aterrado, lo fácil que este país olvida el dolor. El fin de ETA supuso un alivio tan grande que, para una buena parte de la población, aquellos años de explosiones, espejos bajo el coche, tiros en la nuca y cócteles molotov jamás habían ocurrido. Apenas habían pasado cinco años desde la disolución de la banda terrorista y veinte desde el asesinato de Blanco. A los que nos acordábamos de las víctimas de ETA nos llamaban desaprensivos, nos acusaban de no saber pasar página, de usar el dolor para conseguir votos; como si honrar la memoria de los que nos fueron arrebatados fuera un cálculo electoral y no el más necesario y justo de los sentimientos. El adanismo. La nueva política. “Su pasado está manchado de cal viva”, le gritó Pablo Iglesias a Pedro Sánchez en el Congreso. Sólo hay que desempolvar la memoria que a ellos le interesa: aquella que dice que todo estuvo mal menos lo suyo. Lo suyo siempre estuvo bien. El régimen del 78, el diálogo sin rencor, la condescendencia con los sufragios. El resultado: Uno de cada dos jóvenes universitarios no sabe quien es Miguel Ángel Blanco, según un estudio de la Universidad de Deusto.

Que Bildu sea fundamental en la labor legislativa del gobierno de PSOE y Podemos debería darnos vergüenza como sociedad. Pedro Sánchez dice que los acuerdos en el Congreso son un síntoma de madurez democrática, yo creo que convertir en interlocutor a quien no merece ni el saludo es síntoma del infantilismo ideológico de este presidente y de sus ministros. Hoy se cumplen 25 años del secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco. El día en que España estalló, definitivamente, contra el terror. Hoy es un día para recordar a los que dieron su vida por nuestra libertad. A los que no tenían miedo para que nosotros pudiéramos estar aterrados. A los que miraban con desprecio a los que no condenaban los crímenes terroristas. A los que fueron fuertes aun sabiendo que sus familias estaban en peligro. A mi padre, cuyo nombre encontraban garabateado cada vez que desarticulaban el Comando Andalucía. A los políticos que no se han dejado arrastrar por estos nuevos tiempos, por esta liquidez ideológica, por esta modernidad de embudos, por estos discursos grandilocuentes que tapan ideologías famélicas. ETA existió. Las víctimas son el testimonio de su luctuosa y abominable obra. Su dolor debería ser el nuestro. Sin matices. Sin artificios. Sin pucheros.