Volver a poner a las personas en el centro del proyecto europeo es posible. La Unión Europea es un espacio de libertad y concordia que nació en respuesta a los totalitarismos, que tan nefastas consecuencias tuvieron para los europeos. Tony Judt, en su ensayo 'Postguerra', entre otros aspectos, refleja la ambición de los diferentes gobiernos de la Europa occidental a la hora de construir los pilares sociales del “welfare state” europeo durante las décadas de 1950-60.

El resultado fue una estrecha complicidad entre los ciudadanos y sus respectivas elites políticas; el ciudadano era el proyecto. En 1957 se inició la construcción del mercado único europeo, fue el arranque simbólico de la UE con el Tratado de Roma, un acuerdo impulsado por los países del Benelux, los más experimentados en uniones transfronterizas. A partir de entonces, gobiernos, empresas y sindicatos tejieron durante décadas un contrato social cuyos frutos económicos y sociales se vieron reflejados en el crecimiento económico, el gasto público, la construcción de los sistemas fiscales y la moderación en los salarios. Así, la renta per cápita de los europeos creció más de un 4% en media durante los años cincuenta y sesenta.

PIB per capita de la Europa occidental. Fuente Maddison Project Database.
PIB per capita de la Europa occidental. Fuente: Maddison Project Database.

En Europa, prácticamente todas las opciones políticas veían con buenos ojos que los diferentes Estados atendiesen unas necesidades sociales para garantizar a los ciudadanos un alto estatus de bienestar. Paralelamente se dieron los primeros pasos hacia lo que sería una sociedad más libre y, de esta manera, las cuestiones del ámbito personal, como la religión o la moral sexual, empezaron a salir fuera del ámbito del Estado. Estas políticas pusieron al ciudadano en el centro de la política y fue la semilla de lo que hoy compartimos 500 millones de personas: la Unión Europea.

De la Historia se sacan lecciones. El paso de las décadas, lamentablemente, ha ido difuminando los éxitos alcanzados en términos sociales, y en Europa, fue ganando peso un concepto de libre mercado deshumanizado, sin contar con las personas, donde la intervención del Estado se fue achicando y se ha ido perdiendo la capacidad de generar un mismo nivel de oportunidades para todos los ciudadanos. Cada vez hay más perdedores. La desigualdad ha crecido. La crisis financiera de 2008 y la crisis del euro en 2010 reflejaron una debilidad institucional de una Eurozona inacabada y asimétrica. Los ciudadanos europeos y en particular, los de Grecia, Portugal, Irlanda y España sufrieron las consecuencias de la desregulación financiera, la burbuja crediticia, los desequilibrios fiscales y una compleja gestión de la crisis por parte del Banco Central Europeo.

Pasados los años, aunque los niveles de PIB real son superiores a los contabilizados en 2007, los posos dejados en términos de desigualdad, calidad del empleo y pobreza han sacudido soterradamente los cimientos de la confianza del ciudadano en sus elites políticas. Prácticamente la totalidad de los nuevos ciudadanos de la Eurozona en riesgo de pobreza desde 2008 han aparecido en Italia, mayoritariamente, y en España.  Ambos países están reformulando actualmente sus políticas económicas y sociales. Y por ello, están siendo objeto de atención en Europa.   
 
Incremento reducción del número de personas en riesgo de pobreza o exclusión social 2008 2017. Fuente  Euroestat.

Incremento/reducción del número de personas en riesgo de pobreza o exclusión social Millones (2008-2017). Fuente Eurostat.

De nuevo, esta desigualdad hace que Europa se enfrente a repliegues extremistas. Una parte de los ciudadanos europeos se han sentido desamparados y no alcanzan a ver claramente el proyecto europeo. La crisis migratoria ha emporado aún más las cosas. El Brexit y la tendencia política en Italia son fieles reflejos de ese desconcierto.

Ante esta situación, vuelven a la agenda política conceptos sociales olvidados desde la década de los 80. La dimensión social o el retorno al concepto de humanismo podrían dar respuesta a los discursos huecos y emocionales de las nuevas corrientes en auge, cuyas proclamas se reducen a dar soluciones simples a problemas complejos. Europa parece volver a convertirse en el laboratorio ideológico del mundo. La Unión Europea comienza a reconsiderar el papel social que no mantuvo durante la crisis. Las personas son quienes en última instancia conforman las decisiones y dan forma a las sociedades.  

La Unión Europea ha propuesto 20 nuevos derechos sociales, que incluye entre otras cosas un salario justo que permita condiciones de vida decentes. Con acierto, se pone a la economía social de mercado como respuesta a la crisis de identidad que vive el proyecto europeo. Aunque solamente es una declaración y no es vinculante, queda plasmado como una opción. Le tocará a la próxima Comisión Europea impulsar la agenda. La mayoría de esos asuntos aun pertenecen al ámbito nacional.

El pilar de derechos sociales se estructura en tres categorías: Igualdad de oportunidades y de acceso al mercado de trabajo; Condiciones de trabajo justas y Protección e inclusión social. Entre otros derechos se encuentran el derecho a la educación, formación y aprendizaje permanente, así como la igualdad en el trato y en las oportunidades de hombres y mujeres en todos los ámbitos, incluso en el mercado laboral, las condiciones de trabajo y la carrera profesional, igualdad en retribuciones por un trabajo equivalente y apoyo activo para el empleo.

Las elecciones al Parlamento Europeo se celebrarán el 26 de mayo del año que viene. Este pilar puede servir de reflexión sobre el rumbo que puede tomar la Unión en la próxima década con respecto a las cuestiones sociales y a las oportunidades que ofrece como proyecto común.

La UE se reforzaría si diera forma a este pilar social anunciado. El fondo es que la economía importa, pero no es un objetivo, es un medio. Pero no hay que engañarse, el problema no es el tamaño del sector público en la economía. Hoy el sector público pesa lo mismo que pesaba en 1980. Europa realiza el 50% del gasto público mundial. El camino a explorar es cómo usar esos recursos públicos de manera eficiente y gestionar las cuentas públicas con rigor.

En Europa hay una sensación de fin de ciclo. El proyecto europeo ha dejado de ilusionar. La guerra queda muy lejos, y las dictaduras ya no están. Europa se ha quedado sin un objetivo político claro. Es imprescindible una respuesta común que genere economías de escala, que se sume los diferentes estados de bienestar nacionales europeos y que construya un auténtico mercado interno. Una respuesta a los ciudadanos.

Se trata de volver a ilusionar. De crear una unión de ciudadanos real, donde las personas encuentren accesibles todas las herramientas tecnológicas y el mismo campo de juego. La Unión Europea no puede limitarse al campo financiero únicamente. La Unión debería avanzar en el campo del mercado laboral, donde la movilidad sea real sin diferencias jurídicas, con las mismas condiciones laborales (teniendo en cuenta los salarios reales) y con una seguridad social común. Donde no haya trabas en el mercado único, reduciendo las barreras normativas, culturales e idiomáticas. Que un ciudadano pueda vender sus productos y servicios o crear de su idea una empresa con la misma facilidad en cualquiera de los estados miembros. Una fiscalidad europea armonizada. Donde las asimetrías fiscales no beneficien a los grandes conglomerados empresariales. Una simetría fiscal beneficiaría las relaciones comerciales y facilitaría el desempeño de los ciudadanos emprendedores. En definitiva, una Europa preparada para la nueva era digital. Para que sea más competitiva, cooperativa y más humana. No es tan complejo, las nuevas tecnologías nos lo permiten. Jacque Delors lo ilustró claramente cuando señalaba que “Europa no sólo tiene que ver con resultados materiales, también con un espíritu. Europa es un estado de ánimo”.

No sólo se trata de crear riqueza y empleo. Rescatando la célebre frase de la campaña de Clinton, también se trata de las personas, estúpido.

 

*Austria, Bélgica, Croacia, Republica Checa, Dinamarca, Estonia, Finlandia, Francia, Alemania, Hungría, Islandia, Irlanda, Italia, Letonia, Liechtenstein, Lituania, Luxemburgo, Malta, Holanda, Noruega, Polonia, Portugal, Eslovaquia, Eslovenia, España, Suecia, Suiza y Reino Unido.