Antes de nada, haré una aclaración. No hablo de Lucrecia Borgia, por más atractivo que sea el personaje y lo que ella pensaría de este mundo a cuyo lado ella misma, con toda la leyenda de maldad que arrastra, sería una ursulina. Hablaré de otra Lucrecia, una que no pasará a la historia por lo que hizo sino por lo que le hicieron.

Esta semana se cumplía el trigésimo aniversario del asesinato de Lucrecia Pérez, una inmigrante dominicana cuya muerte a manos de un grupo de salvajes intolerantes se considera el primer crimen racista en nuestro país. Obviamente, no es que fuera el primero, sino el primero que se consideró tal y que dio inicio a un contador de víctimas de odio que nunca debería existir.

Hoy, treinta años más tarde, me pregunto qué pensaría ella si levantara la cabeza. Qué pensarían ella y todas las víctimas de estos delitos si supieran que el 25 por ciento de jóvenes se declaran abiertamente racistas, según un reciente estudio. Qué pensaría si supiera que su muerte no sirvió de ejemplo para conocer las consecuencias del odio ni de punto de partida para evitarlas.

Tal vez lo peor de todo, como señalaba una amiga, es que esa cuarta parte de jóvenes son quienes abiertamente se declaran racistas y hasta se enorgullecen de ello, pero, probablemente, haya otro importante porcentaje de quienes lo son y no se atreven a reconocerlo, e incluso de quienes aplican en su vida diaria estereotipos racistas y no siquiera son capaces de darse cuenta. Y eso no sé si me entristece más que me preocupa o, al contrario.

Dice este mismo estudio que el colectivo más discriminado es el pueblo gitano, lo que apunta otro dato llamativo. No sé trata del rechazo ante un fenómeno más o menos nuevo como la inmigración, no se trata del rechazo a lo desconocido ni a quienes acaban de llegar. Se trata del rechazo a quienes viven en esta tierra nuestra desde la noche de los tiempos, a quienes no es que convivan con nuestra sociedad, sino que forman parte de ella. Y ese rechazo a lo conocido dice mucho, y nada bueno.

No sé qué hemos hecho mal para que esta nueva generación en la que depositábamos tantas esperanzas nos salga rana. Y ya sé que no se puede generalizar, y que hay jóvenes excepcionales haciendo cosas fantásticas, pero el dato es demoledor. Y si Lucrecia levantara la cabeza, probablemente la volviera a bajar. De puro dolor.