No basta con saber leer, es importante ejercer. Uno de los principales problemas de nuestra sociedad es que se lee poco y, por lo tanto, delegamos en otros la interpretación de la información. Es un mal que arrastramos desde la Transición. Muy pocos se leyeron la Constitución en su día, quizá por eso buena parte de la derecha votó en contra. Luego, con el tiempo, fueron interpretando, siempre desde el más absoluto desconocimiento, que no sólo no era tan mala como les habían dicho, sino que les ayudaba a conservar la mayoría de sus privilegios. Fue así como se convirtieron en sus más firmes defensores. Nada puede estar fuera de la Constitución ni nadie puede tocar ni una coma de tan maravilloso texto.

Pero no leer tiene estos peligros, que crees que las cosas son de una manera y, en realidad, son de otra muy distinta. La derecha no tiene muchos lectores, pero va sobrada de interpretadores. Es una costumbre que les viene de su devoción religiosa. Si uno lee la Biblia sin nadie que se la sepa interpretar, es muy fácil que llegue a la conclusión de que es un texto terrible en su primera parte, con un Dios caprichoso y vengativo, y absurda y naif en el Nuevo Testamento. Para interpretarla están los sacerdotes, porque no se vayan ustedes a creer que se pasan todo el tiempo provocando a Dios con actos impuros.

Los curas son expertos en jugar con las palabras para que los feligreses crean que dicen lo contrario de lo que parece. Por ejemplo, cuando Jesucristo dice que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos, los sacerdotes, salvo algún jesuita excomulgado, interpretan que en realidad Jesucristo no se refiere a una aguja de coser, sino a las puertas que tenían algunas murallas por donde un camello podía pasar holgadamente. O cuando la Biblia asegura que Dios creó a Adán y Eva y que tuvieron a Caín y Abel y el primero asesinó al segundo, lo que parece indicar que somos el resultado del incesto entre un asesino y su madre, en verdad es un resumen de Dios para no alargar mucho el capítulo de la creación del hombre, porque los editores lo presionaban con que el libro no fuera excesivamente largo.

Para la derecha la Constitución, esa que votaron en contra, es ahora la Biblia. Alguien, quizá un cura como Jiménez Losantos o Pedro J., les ha dicho que aunque el texto dice que el Rey tiene un simple papel representativo y que el rango de Capitán General de los ejércitos tiene la misma validez que el del capitán Tan de los Chiripitifláuticos, en realidad es una lectura equivocada. Según su lectura, el Rey tiene el poder de decidir quien gobierna el país, independientemente de lo que hayan votado los españoles, y si se le hinchan las narices puede usar el ejército como lo desee, porque aunque lo paguemos nosotros, es suyo.

Por eso anda la derecha tan indignada estos días con Felipe VI, y no digamos con la republicana Letizia, y comienza a pedir poco menos que su linchamiento público por haber propuesto al traidor Pedro Sánchez como candidato a la presidencia del Gobierno. Los hay que van más allá, como Marcos de Quinto, que amenazan con un nuevo 36. Y es que lo dicho, cuando lo más largo que se ha leído en la vida ha sido una etiqueta de Coca-Cola, corres el peligro de parecer lo que eres: un simple y burdo ignorante.