Yo no voy a ir a escupir a la tumba de Fraga, no deseaba ni dejaba de desear que se muriera; ese anciano a estas alturas me daba igual. Todo el mundo tiene derecho a cambiar y él también. Sólo que él no cambió, simplemente se acomodó cuando el final del franquismo era simplemente inevitable y luchó por tener un papel en el nuevo sistema. Pero jamás se arrepintió de haber tenido un papel protagonista en una dictadura horrible; jamás se arrepintió de su propio papel en las muertes y humillaciones que causó el franquismo y tampoco se arrepintió de su implicación directa en algunas muertes ocurridas ya en democracia. Jamás expresó una sola palabra que pudiera parecerse a un perdón. Ellos no hacen eso, ellos jamás piden perdón por nada; ellos jamás reconocen culpas, es parte de su ideología autoritaria.

Fraga salió del franquismo impoluto y con todos los honores, como no salieron los que combatieron por la democracia y la libertad. No colaboró en la llegada de la democracia, como se ha dicho, simplemente buscó su hueco, fue más listo que otros y sacó buen provecho de eso. Atravesó varias décadas de democracia manteniendo y acrecentando con mucho esos honores. Soy realista; a su muerte era exconstituyente, ex Presidente de la Xunta, ex diputado y senador. Ya comprendo que no le iban a tirar a una cuneta (dónde sí que están tirados los antifascistas). Pero verlo convertido, por los medios y por casi toda la clase política, en padre de la patria, en adalid de la democracia y en defensor de nuestras libertades, ha sido excesivo, un dislate total. Fraga tenía derecho a morirse en paz, a ser enterrado en paz y a recibir los honores que los suyos quisieran brindarle. Pero se ha intentando hacer comulgar a toda la ciudadanía con el reconocimiento a un viejo fascista.

Y es que ellos están ahí. Los que convierten a Fraga en un héroe de la democracia, son los que ponen nombres de asesinos a las calles, los que se niegan a condenar el golpe fascista del 36, los que se niegan a que los perdedores puedan enterrar a sus muertos –estos sí defensores de la democracia-. Están en muchos medios de comunicación, están en el parlamento, en el PP, están en todas las instituciones y están también en la judicatura; y libran cada una de sus batallas con empeño pertinaz. Y acabar con Garzón es parte de esta batalla. No importa que todo el mundo vea hasta qué punto la justicia ha dejado de ser justicia y hasta qué punto pueden torcerse las leyes o incluso lo poco que importa acabar con la propia imagen de la justicia. Eso a ellos les da exactamente igual. Y una de las razones de que sigan ahí y de que sigan tan fuertes es que la izquierda mayoritaria ha renunciado también a esto. A su/nuestra memoria, a su/nuestra dignidad, a su/nuestra historia. Y así nos va, en todo.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)
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