Decía Feijóo que Pedro Sánchez estaba solo en su posición frente al genocidio de Gaza. La realidad es muy distinta: Sánchez no estaba solo, es que fue el primero. Y quien abre camino nunca lo recorre acompañado al principio, pero, tarde o temprano, otros se suman. La política con mayúsculas no consiste en repetir titulares fáciles ni en regatear a corto plazo; consiste en elegir siempre el lado correcto de la historia. Y Pedro Sánchez, una vez más, lo ha hecho.

Defender la dignidad humana, la vida de los niños, el derecho a la paz y a la justicia nunca puede ser un error ni un acto de debilidad. Es, sencillamente, el deber de cualquier líder con principios. Por eso España ha dado un paso al frente cuando otros callaban. Y por eso hoy, voces tan distintas como la del ex primer ministro francés Dominique de Villepin o el presentador y cantante francés Claudy Siar han señalado al presidente del Gobierno español como referente moral en Europa y en el mundo. “Salva el honor de Europa”, dijo Villepin. “Merece el Nobel de la Paz”, proclamó Siar. Hasta Bill Gates que ha entregado estos días un premio a Sánchez ha asegurado: “España está salvando vidas”.

La figura de Pedro Sánchez no se entiende sin esa mezcla de realismo político y firmeza ética que ha mostrado en cada momento clave de su mandato. Lo demostró cuando peleó los fondos europeos, de los que España fue de los países más beneficiados. Lo demostró con la excepción ibérica, que bajó el precio de la luz a millones de familias. Lo demostró cuando dijo “no” a Trump ante la presión por aumentar el gasto militar. Y lo demuestra ahora en la defensa del pueblo palestino frente a la barbarie de Netanyahu, aunque ello le haya supuesto ataques furibundos de Feijóo, Ayuso, Abascal y Aznar.

Porque la verdad es esta: nunca se está solo cuando se defienden los derechos humanos. España no está sola, está acompañada por una mayoría social dentro y fuera de sus fronteras. Basta mirar a las calles de nuestras ciudades, donde miles de personas se han manifestado por la paz y contra la matanza de inocentes. O a las encuestas, que muestran cómo el 82% de los españoles —incluidos muchos votantes del PP— consideran que lo que ocurre en Gaza es un genocidio.

El contraste con la derecha española no puede ser más claro. Feijóo, Ayuso, Abascal y Aznar repiten como altavoces las consignas de un gobierno extranjero acusado de genocidio, mientras el pueblo español defiende la humanidad más básica. Entre los recaderos de Israel y la ciudadanía que clama por justicia, la elección es sencilla: nos quedamos con España. Y es vergonzoso que Ayuso se indigne por protestas pacíficas en una prueba deportiva mientras condecora a un gobierno responsable de la destrucción de escuelas y hospitales en Gaza.

El PP debería escuchar a la ONU, que ya habla de genocidio. Debería escuchar también a sus propios votantes, que mayoritariamente piensan lo mismo. Pero no, prefieren prohibir banderas palestinas en colegios y despreciar a Naciones Unidas, con un tono que retrata su catadura moral. No es una cuestión de ideología, sino de humanidad: ¿de qué lado de la historia ha decidido situarse el PP?

Mientras tanto, España ha elegido. La Asamblea General de la ONU aprobó, con 141 votos a favor incluido el nuestro, la creación de un Estado palestino y un alto el fuego inmediato. Sánchez celebró la movilización de nuestro pueblo durante La Vuelta, cuando aficionados protestaron pacíficamente contra la presencia de Israel. Y España se ha sumado a países como Irlanda, Islandia u Holanda en la decisión de no participar en Eurovisión si participa Israel. Gestos simbólicos, sí, pero cargados de un mensaje inequívoco: no todo vale, ni siquiera en la cultura, cuando hablamos de genocidio.

La voz de España se escucha más fuerte que nunca en el mundo. Lo reconocen desde Naciones Unidas, donde Antonio Guterres ha elogiado el liderazgo de nuestro Gobierno en la defensa de Palestina. Lo vemos también en Europa: la Comisión propone ahora sanciones comerciales contra Israel y Ursula von der Leyen habla ya de suspensión parcial de acuerdos. Cada vez más países —Francia, Bélgica, Portugal, Luxemburgo, Canadá— se suman al reconocimiento del Estado palestino. Y todo esto empezó con un gesto valiente de Sánchez, cuando otros aún dudaban.

El eco de esta postura va más allá de la política. Ha tocado una fibra moral en la opinión pública internacional. La declaración de Claudy Siar, con cientos de comentarios de apoyo en redes sociales, es un ejemplo de cómo líderes y artistas reconocen que el humanismo y la responsabilidad no son atributos menores en la política, sino cualidades imprescindibles. Que un presidente de Gobierno sea propuesto para el Nobel de la Paz por su defensa de la vida en medio de un genocidio dice mucho de lo que está en juego.

Lejos queda ya esa caricatura de Aznar repitiendo que España no tiene relevancia internacional. Hoy, nuestro país no solo es la locomotora económica de Europa, también es referente moral. Nunca habíamos tenido tanto peso, y lo vemos cada vez que Sánchez sube a la tribuna en foros internacionales. En la Universidad de Columbia, ante líderes de todo el mundo, defendió una política basada en sociedades abiertas, libertad de expresión y democracia real. Y sus palabras conectaron con una idea esencial: sin voz libre, la sociedad desaparece.

Ese es el núcleo del liderazgo de Sánchez: combinar la gestión de lo inmediato con una visión clara de hacia dónde debe caminar el mundo. A nivel interno, España ha reforzado su Estado del Bienestar, reducido el paro a niveles históricos y liderado el crecimiento económico en Europa. A nivel externo, ha defendido una política valiente y coherente, capaz de enfrentarse a Trump o a Netanyahu, y de mantener siempre la misma brújula: la dignidad humana y la justicia social.

¿Que EEUU considera “preocupante” la posición española? Pues esto es lo que hay. ¿Que critican la limitación de envíos militares desde puertos españoles hacia Tel Aviv? Esto es lo que hay. No se puede tapar el sol con un dedo: en Gaza se está cometiendo un genocidio. Y alguien tenía que decirlo. No es radicalidad, es humanidad.

Hoy Israel recrudece sus ataques y su ministro de Defensa se jacta de que “la Franja arde”. Pero frente a esa barbarie, hay un bloque creciente de países y de sociedades civiles que dicen basta. Y España está en primera línea. No porque le guste estar sola, sino porque supo ser la primera. Esa es la diferencia entre la política con mayúsculas y la política de los atajos y los titulares fáciles: tener el coraje de dar el primer paso, aun cuando parece imposible.

La historia, como advirtió Sánchez, será implacable con quienes callaron y miraron hacia otro lado. Y en esa historia, quedará escrito que España eligió bien. Que tuvo un presidente que no dudó en poner la humanidad por delante de la conveniencia política. Que demostró que un país puede ser grande no solo por su economía, sino también por su decencia.

Porque siempre se puede elegir. Y Pedro Sánchez ha elegido estar en el lado bueno de la historia. Y ese, aunque algunos aún no lo comprendan, es el único sitio desde el que se puede construir un futuro digno para todos.

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