Es probable que Pedro Sánchez no tuviera muchas alternativas cuando decidió convocar nuevas elecciones. Y parecía imposible recomponer una relación amarga, en la que las exigencias de Pablo Iglesias bloqueaban propuestas razonables. Además, la postura cerril de Albert Rivera no daban pie a esperar un ejecutivo apacible. 

Tampoco los líderes de Unidas Podemos y sobre todo de Ciudadanos imaginaban que los nuevos comicios les iban a resultar tan adversos. El problema –y eso sí que se advirtió por pasiva y por activa- era la presencia de Vox con 24 diputados que ya entonces parecían demasiados. Y no todos veían venir que su crecimiento fuera tan rápido.

Con la ayuda inestimable del independentismo violento, sus barricadas y sus piedras contra la policía, y la actitud complaciente del PP ante sus desvaríos, la ultraderecha ha logrado 52 escaños y se prepara para dar con sus votos un repaso a toda iniciativa legislativa que obstaculice sus objetivos xenófobos, machistas y de flagrante involución.  Por su lado, los radicales de la CUP llegan al Congreso con el objetivo de convertirse en la peor pesadilla de la democracia parlamentaria.

Ante Pedro Sánchez se le presentaban dos opciones: pacto con el PP, o con las fuerzas no independentistas para conseguir formar Gobierno. De los acuerdos con los populares hay que tener presente que llevan a Vox en la grupa. Y si alguien lo pone en duda, recuerden qué pasó en Andalucía donde ante las protestas puristas de Ciudadanos –“nosotros no pactamos con ellos”- ahí continúan y cada día se nota más su influencia. 

No era por tanto, opción coherente para un partido progresista arrimarse a los populares. Pablo Casado, a pocas horas de su moderado crecimiento electoral, aparecía ante las cámaras como el dueño del chiringuito exigiendo que el presidente en funciones se apartase y deje el puesto a otro, poniendo como ejemplo positivo a Josep Borrell, que desde Bruselas proyectará la capacidad de España para ganar protagonismo en la UE. Buscaban los populares, inducidos  por José María Aznar, recuperar el control de la situación.

La otra alternativa, la de sumar fuerzas progresistas o conciliar con partidos no independentistas, hubiera requerido el apoyo efectivo de Ciudadanos. Rivera podría haberse dado cuenta que la única manera de redimir sus errores y sacar al país de una inquietante situación, de la que también él era responsable por negarse a avalar a Sánchez, sería con los votos a favor del nuevo Ejecutivo de su grupo parlamentario.

 

No está claro que sus continuadores quieran hacerlo. Del mismo modo que sigue entre nieblas  la causa por la que se creó Ciudadanos, quien lo bendijo y por qué ya es prescindible. No olvidemos la foto de la plaza Colón en Madrid: Casado, Abascal y Rivera posaron juntos para la historia y a ella se dirigen. Pedro Sánchez, dese prisa porque que el tiempo corre y sus adversarios se hacen más fuertes.

Enric Sopena Presidente Ad Meritum y fundador de ElPlural.com