Se veía venir. No había que devanarse mucho las neuronas para prever que iba a aumentar la abstención y era muy posible que muchos votantes progresistas dejaran de votar al partido de Sánchez en estas nuevas elecciones que han sido jugar con fuego. Y así ha sido. El PSOE ha ganado el 10N las elecciones. Pero ha quedado en una posición mucho peor que la posición de la pasada primavera: ha perdido tres escaños, 800.000 votos, que no es pecata minuta, y seis décimas en porcentaje de apoyos, además de la mayoría absoluta en el Senado. Y también, por descontado la confianza incluso de muchos de sus militantes y simpatizantes.

Ha sido una temeridad que ha tenido, como hemos visto, muy nefastas consecuencias, y un coste tremendamente alto que nos perjudica a todos los españoles demócratas sin excepción. Sánchez ha ganado las Elecciones porque el PSOE ha sido la fuerza más votada, pero, como decía el lunes pasado en una columna de opinión para este diario Víctor Arrogante, ha ganado, pero ha perdido. Y ha perdido porque en unas elecciones que sobraban, se ha complicado, mucho más que estaba, la gobernabilidad y la posibilidad de crear un gobierno estable.

El mayor peligro de la descabellada repetición de elecciones era el probable auge de la extrema derecha, en un contexto en el que PP y Ciudadanos, con sus pactos con ella, la habían legitimado. Y se ha cumplido el peor de los augurios. Las elecciones del 10N tienen un nombre propio muy claro: el ascenso desmedido de Vox, que se ha disparado y más que duplicado sus resultados de abril, pasando a ser la tercera fuerza política más votada, colapsando a Ciudadanos y superando también a Podemos; y pasando a convertirse en uno de los partidos políticos de extrema derecha más potentes de Europa.

Media España está muy asustada con este ascenso de la extrema derecha. No es una nadería. La ideología de Vox podría muy bien resumirse como una ideología del odio y del fanatismo frente a la democracia, que sólo se puede fundamentar en la tolerancia y la razón. Decía Sánchez en septiembre en una entrevista para laSexta, para justificar su rechazo a pactar con Podemos, que no dormiría tranquilo con algunos miembros de Unidas Podemos al frente de determinados ministerios, como el de Hacienda o el de Transición ecológica. Que nos cuente si en estos momentos podrá dormir tranquilo con 52 diputados de la extrema derecha en el Congreso marcando una clara involución, o cosas peores. Es obvio que en estos momentos somos muchísimos, no sé si Sánchez también, a los que nos costará dormir tranquilos con el fanatismo patrio metido en el Hemiciclo.

Quizás sea que el marketing político que se traen algunos asesores o las opiniones e intereses de algunos/as miembros de la ejecutiva del PSOE nunca tendrían que ser tenidos en cuenta ni que ser prioritarios respecto del más simple sentido común, y, por supuesto, de la voluntad mayoritaria de las bases de cualquier partido. Es básica y pura ética. Y con toda seguridad, la mejor de las estrategias. Por lo que muchos consideramos que Sánchez tendría que saber dejarse aconsejar y asesorar sólo por aquellos que defienden las izquierdas, y no por posiciones enfrentadas a la ideología de base de cualquier formación progresista. Y sobre todo tendría que haber oído las voces de las bases del partido, que pedían a Sánchez desde el mismo 28A un pacto con Iglesias.  

Dicho todo lo cual, y sabiendo que ya hay un preacuerdo entre PSOE y Podemos, está muy claro, tanto en política como en cualquier otro aspecto de la vida, que el sentido de los problemas es ser resueltos, y que, como decía Napoleón Bonaparte en sus diarios, imposible es un adjetivo que sólo aparece en el diccionario de los tontos; quiero decir que nunca es tarde para rectificar, que creo que Sánchez ha cambiado, afortunadamente, el rumbo de las cosas, y que la unión de las fuerzas progresistas es la única herramienta capaz de oponer resistencia al peligroso auge de la extrema derecha y de restablecer los valores de progreso, evolución y respeto a los derechos humanos fundamentales; derechos tan despreciados a día de hoy por la derecha, por el fascismo en ciernes y por los neofascistas mal llamados neoliberales. Coincido plenamente con la opinión siempre lúcida de Iñaki Gabilondo, a quien escuchaba decir hace unos días que “Las izquierdas (Sánchez e Iglesias), de haber gobierno, tienen una responsabilidad inmensa y van a necesitar mucho sentido de la realidad y muy buena cabeza. Y si esta fórmula fracasara las derechas van a estar en el poder hasta que la infanta Leonor tenga nietos, pero si triunfara, del sur de Europa podría llegar el viento que reanimara al viejo izquierdismo europeo”. Ahí es nada.

Coral Bravo es Doctora en Filología