“En España se entierra muy bien”, dijo recientemente Rubalcaba, en una de esas frases célebres que le han convertido en el mejor comunicador de la política española. La alusión es tan certera como dura: en este país solo se elogia a los políticos cuando anuncian su marcha. Y solo a algunos. Al secretario general del PSOE se le regatearon muchos reconocimientos en activo, y albergo la esperanza, posiblemente vana, de que al menos reciba algo de la gratitud merecida cuando se despide.

La leyenda que acompaña a Rubalcaba habla también de su afán por dominar los tiempos y los símbolos de la tarea política. Por ello podemos concluir que no fue casual que abandonara el último pleno del Congreso caminando junto a Alfonso Guerra, o que dejara claro su próximo destino en la docencia universitaria, o que hiciera coincidir el hecho noticioso de su despedida con el debate incómodo sobre el aforamiento del último rey.

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