Que el mundo está lleno de paradojas y de grandes contradicciones es algo que cada día se nos hace más evidente a poco que decidamos conscientemente mirar la realidad con un mínimo de objetividad. Sin embargo, no dejo de sorprenderme día a día por el escaso criticismo que existe en general, y por la facilidad con la que muchas personas viven en la ignorancia, en la inercia, o en la evasión, que es aún peor, creyendo, quizás, que, como dice la voz popular, la ignorancia es una fuente de felicidad. En ese punto no estoy ni estaré nunca de acuerdo, porque la llamada “felicidad del ignorante” no es felicidad, es sólo eso, ignorancia. 

Pero no pretendo ponerme a filosofar, sólo centrarme en una de esas grande paradojas que nos rodean y que creo que es oportuno percibir y revisar. Quienes más dinero tienen son los que más piden y los que más se benefician del dinero ajeno. Me refiero sobre todo a las religiones, especialmente a las grandes religiones, a las monoteístas, que son, con mucha diferencia, las mayoritarias dentro de las 4.200 religiones que existen a día de hoy en el planeta (y cada una de ellas afirmando, por descontado, que su dios es el único verdadero).

Algo que me llamaba mucho la atención cuando era niña y tuve que asistir a muchas misas de rigor, era que en todas y cada una había siempre alguien encargado de pasear un cestillo pidiendo dinero, daba igual cuánto. Todos los niños íbamos con nuestras moneditas preparadas y hasta nos gustaba ese momento de ruido metálico al echarlas. Aunque había algo que no me cuadraba; me resultaba extraño que en el lugar en el que se hablaba, supuestamente, de moral, de ayuda al prójimo y de bondad, se tuviera tan arraigada esa inquietud mercantilista. Porque yo asociaba los valores morales con la generosidad y no con la avaricia, con el amor y la filantropía y no con la voracidad.

Acababa argumentándome a mí misma, para poderlo asimilar, que quizás la Iglesia era una organización muy pobre, que necesitaba de esas limosnas para subsistir y para ayudar a las personas tan pobres como ella. Entonces, claro, yo no sabía que la religión recaba de los Estados de su órbita cantidades inmensas de dinero por muy diversas vías, siendo la principal el acuerdo o concordato que firma con todos ellos haciéndole beneficiara de muy diversos y enormes beneficios; entre ellos una asignación multimillonaria de los PGE anuales. Es decir, lo de los cestitos de monedas es sólo una pequeñísima guinda de un gran pastel. Aunque en miles de iglesias una pequeña recolección de dinero dos veces al día no es pecata minuta; que se lo cuenten a las organizaciones y sectas piramidales.

La campaña de la Renta 2024 ha comenzado el 3 de abril y se prolongará hasta el 1 de julio. A través de ella el Estado recaba los impuestos por el trabajo y por los bienes que declaran los ciudadanos. Todos los ciudadanos, excepto algunos ciudadanos. Los únicos no obligados a declarar nada son los que más tierras y bienes inmuebles tienen después del Estado, la Iglesia. Otra gran paradoja. Y no sólo no pagan nada, sino que obtienen muy suculentos beneficios: 358,8 millones de euros en 2023, según diversos medios. Y no sólo eso, de los 475,9 millones que se recaudaron por la casilla para, supuestamente, fines sociales, una buena parte también recae en la Iglesia, sencillamente porque tienen cientos de asociaciones de supuesta obra social declaradas en el registro de asociaciones.

A mí me parece muy bien que la Iglesia, como cualquier organización privada, recolecte fondos, pero, y ésta es otra paradoja: de esos fondos provenientes de la Renta de los españoles, una buena parte provienen también de los no creyentes, cientifistas, laicistas, librepensadores, agnósticos, ateos, que son una buena parte de la población; se trata de fondos que restan en los derechos de las personas, porque, de llegar al Estado, podrían destinarse al bien común, al bien de todos. Lo lógico, lo sensato, lo decente, lo democrático es que se financiaran todas las religiones con el dinero de sus adeptos y simpatizantes, no con el dinero de todos; y mucho más teniendo en cuenta que, según fuentes diversas, el dinero que posee la Iglesia acabaría más de dos veces con el hambre y la miseria en el mundo.

Los españoles que nos sentimos laicistas, humanistas y demócratas sabemos de la enorme importancia de la libertad de conciencia y de la asepsia confesional del Estado y de las instituciones públicas, queremos que el dinero que recauda el Estado sea destinado a la mejora de la Educación, de la Sanidad, de las pensiones, de la asistencia social, de la cultura y del progreso de nuestro país; por eso no marcamos ninguna de las dos casillas.

La obra social es algo enormemente importante para cualquier democracia y no puede ni debe dejarse en manos de ninguna creencia. Como afirmaba Concha Caballero en uno de sus maravillosos artículos, “la laicidad lejos de ser un arma contra ninguna religión, es la única garantía del respeto del Estado a la conciencia individual, y es la única base de una convivencia respetuosa con todas las creencias” Y yo añadiría: creencias o increencias.

Coral Bravo es Doctora en Filología