La muerte del gran historiador catalán Josep Fontana, fallecido este martes en Barcelona a los 86 años de edad a consecuencia de un cáncer, debería servirnos para rendirle el merecido homenaje que merece el conjunto de su extensa obra, su maestría e influencia sobre diversas generaciones de historiadores, su indiscutible prestigio internacional y su ejemplaridad cívica y moral, que le convirtieron en uno de los cada vez más escasos referentes intelectuales de nuestro país. Pero debería servirnos también para aprender de las lecciones dadas por este espléndido sucesor de Ferran Soldevila, Jaume Vicens Vives y Pierre Vilar, sus tres grandes predecesores y maestros.

Reconocido mundialmente como uno de los grandes historiadores de referencia de los siglos XIX y XX, Josep Fontana nos deja como legado una producción muy abundante de volúmenes historiográficos y gran número de artículos, prólogos y trabajos divulgativos, así como su influencia como introductor y editor en España de grandes historiadores extranjeros.  

Josep Fontana sostuvo siempre que “la Historia debe de ser un análisis crítico de los acontecimientos”; por ello, “debe ayudar a crear una conciencia de la Historia”. A ello dedicó toda su vida, con una producción tan densa e intensa como extensa, basada siempre en el más absoluto rigor y en una erudición que estuvo basada en su infatigable pasión lectora y su paciente búsqueda de documentos y fuentes inobjetables.

Hombre inequívocamente catalanista y de izquierdas, militante comunista en la clandestinidad y más tarde convertido en conciencia crítica de las izquierdas, pero siempre desde posiciones progresistas, no deja de ser curioso que su último libro, recientemente publicado por Crítica, lleve como título El siglo de la revolución, en referencia al siglo XX y a la Revolución Rusa, un siglo del que decía que “sí ha sido el de la revolución, en la medida en que estas propuestas, en su doble papel de esperanzas para unos y de amenazas para otros, han marcado toda su historia”.

Josep Fontana ha sido en todo momento muy duro con el nacionalismo catalán conservador representado por Jordi Pujol y Artur Mas, y también con los sucesores de este último y, en general, por todo el llamado “proceso de construcción nacional”. Lo dijo muy claro: “Uno solo puede separarse si el otro acepta que te separes”. Y recordó, a modo de aviso para navegantes, que existen solo dos vías posibles para la independencia de un país: la armada o la pactada.

Incómodo siempre para todos los dogmáticos y ortodoxos, Josep Fontana no solo merece un gran homenaje de reconocimiento intelectual, moral y cívico, sino también, y quizás, sobre todo, porque de la asunción de su inmensa obra historiográfica y de sus admoniciones críticas sobre la evolución del mundo en estas últimas décadas podríamos extraer provechosas lecciones que nos evitaran caer en errores fatales.