Fue la del dirigente de la proclamada leal oposición, escasamente leal, más bien destemplada con solo una leve alusión a sus buenos deseos en el ámbito de lo personal.

Nada que ver con la acogida que dispensaron los populares al presidente en su última intervención en el Senado donde, al menos, se le reconoció su buena voluntad.

Pero dejando al lado la descortesía con quien se va, impropia de caballeros, el balance que Rajoy pergeñó de la gestión de Zapatero fue injusta, de trazo grueso.

No respondió a un análisis riguroso, como hubiera sido de rigor, para quien se presenta como una alternativa próxima de Gobierno.

El presidente del Partido Popular resaltó irónicamente, en siete puntos,  lo que había aprendido del jefe del Ejecutivo, todos ellos con el “No” por delante:

Rajoy asegura que él, hará un buen diagnóstico y no engañará a la ciudadanía; que gobernará con un plan y no a golpe de ocurrencias; que hará previsiones razonables; que el Gobierno no gastará lo que no tiene; que hará reformas y no vivirá de la herencia recibida y de la inercia; y que no gobernará por decreto.

Los lectores de ELPLURAL.COM saben que soy crítico con la gestión económica de Zapatero, a quien se le pueden atribuir algunos errores de bulto como las alegrías desgravatorias cuando la crisis se nos venía encima; la tardanza en el reconocimiento de la crisis; haber postergado la recapitalización de bancos y cajas; y una actuación a salto de mata, aunque a veces la volatilidad de las situaciones obligaba a reacciones rápidas. Lo que justifica también el recurso al decreto ley.

Sin embargo nadie puede tacharle en justicia que engañara a la gente sino, más bien, que en su exagerado optimismo y fe en su intuición infalible se engañara a sí mismo; que no escuchara las advertencias de la gente que en su partido sabe de estas cosas.

Es cierto que no hizo un buen diagnóstico de la situación pero no se le puede acusar de que lo hiciera de forma torticera.

Rajoy habría quedado como un hombre serio, en el que se puede confiar, tal como él reclama como su primer valor, si en estos momentos de despedida hubiera formulado un balance objetivo en el que aparecieran las luces y sombras de la gestión de su adversario.

Todos los presidentes que en España han sido acertaron en algunas cosas y erraron en otras. Hubiera sido prudente que el candidato del Partido Popular recordará los errores de José María Aznar.

Zapatero ha tenido que sufrir la peor crisis que se conoce pero hay que reconocer que se ha dejado media vida en el intento.

Nadie puede negar, ni siquiera el presidente, que casi cinco millones de parados son una realidad lacerante. Pero tampoco se le puede regatear, al menos, el mérito de haber procurado una alta cobertura en los subsidios para evitar que las tragedias personales y familiares fueran aún más penosas de los que acompañan a la pérdida del empleo.

José García Abad es periodista y analista político