La reacción mundial contra el racismo que ha mostrado de nuevo su fea cara en Estados Unidos, es una señal de que  las personas son acaso mejores de lo que pensábamos. La agonía terrible de nueve minutos que sufrió George Floyd, ciudadano negro, dejando la vida bajo la rodilla de un salvaje blanco, que se creía impune por su condición de policía, ha despertado la indignación de centenares de miles de manifestantes.

Quizás ha llegado la hora de volver a los orígenes. De recordar las causas de tanto sufrimiento. Nelson Mandela lo analizaba así: Si el desarrollo del pueblo africano en su propio país no hubiera sido interrumpido por la llegada de los blancos, se habría producido un desarrollo igual al de Europa y al mismo nivel, sin ningún contacto con nadie.

Pero la historia lo ha escrito de otra manera.  Y esta rabia justa que se expresa masivamente en ciudades de todo el mundo lo confirma. E n Brasil, Canadá, París, Italia, Reino Unido, Alemania, Grecia, Lituania, Turquía, Polonia, México, Corea…  se ha expresado ira, furia, dolor, porque a estas alturas del siglo XXI sigan existiendo individuos que crean en la supremacía del color de la piel.

Los mensajes han sido unánimes: “Sin justicia no hay paz”; “No puedo respirar”; “Ya basta…”  ¿Cómo imaginar que a estas alturas habría que corear que las vidas negras importan?  Las declaraciones del actor John Boyega son sobrecogedoras: “Toda persona negra es consciente de la primera vez que le recordaron que era negra. Todos lo tenemos presente. Nos acordamos de cuando nos hicieron saber que éramos negros”.

Frente a la maldad, las manifestaciones han sido multitudinarias y emocionantes en Estados Unidos donde las fuerzas de seguridad se han arrodillado en muchas ciudades junto a los manifestantes para expresar su apoyo incondicional al concepto básico de igualdad de los seres humanos, que continúa gravemente amenazado. Ese es el derecho que se ha reivindicado internacionalmente, a la vez que se reclamaba justicia para los muertos por tal discriminación.

Frente a la maldad, las manifestaciones han sido multitudinarias y emocionantes en Estados Unidos.

Se ha puesto en evidencia que en muchos países existen parecidos riesgos, cada vez más agudizados por la presencia grosera de la ultraderecha. El fascismo está ya en el poder en Europa, como sucede en Hungría o en Polonia y habría que recordarles que no sobran inmigrantes, sobran racistas. Son los cómplices europeos del presidente norteamericano Donald Trump que se ha dedicado durante mucho tiempo a jalear los peores instintos de sus administrados. Una vez más, ha confirmado que su mandato es un peligro para la humanidad

El país de las libertades siempre ha intentado esconder ese riesgo para la democracia. En 2016, el jugador de futbol americano Colin Kaepernick hincó la rodilla en el suelo cuando sonaba en el campo el himno de su país, mostrando repudio contra todos aquellos que desprecian a la comunidad afroamericana. El gesto es el que ahora se repite en todo el mundo para demostrar que el racismo es más letal que una pandemia y que la dignidad de las personas no puede consentir nunca que un hombre desprecie, humille y agreda a otro por considerarse superior.