Desde que Elon Musk adquirió el antiguo Twitter, ahora denominado X, la red social ha experimentado una aceleración en su degradación como espacio público. En su momento, fue un foro interesantisimo, no perfecto ni ideal, pero sí esperanzador, donde periodistas, políticos y ciudadanos intercambiaban ideas. Hoy se ha transformado en un ámbito dominado por el ruido, la polarización y la manipulación algorítmica. La pregunta que muchos se hacen no es simplemente si X se ha convertido en un lugar tóxico, sino que sí vale la pena quedarse para resistir o migrar a alternativas como Bluesky. Este debate refleja no solo la fractura en la percepción del rol de las redes sociales, sino también la búsqueda de estrategias políticas y sociales frente a una extrema derecha que está ocupando casi todo el espacio público no institucional.

Cuando se masificó, Twitter se sintió como una plaza pública digital. Permitía que cualquier persona, desde los académicos más influyentes hasta los ciudadanos anónimos, opinaran y fueran escuchados. Estas interacciones, que a menudo trascendían al mundo informativo tradicional, e incluso a veces marcaban la agenda, representaron una democratización del espacio de comunicación. Sin embargo, como cualquier transformación rápida y masiva, esta expansión tuvo un reverso. Al igual que la concentración de la información en pocas manos genera excesos, la posibilidad de que cualquiera opinara sobre los temas con un altavoz global, puso en marcha procesos complejos que contribuyeron a una distorsión de la opinión pública, algo que con el tiempo se hizo evidente.

No obstante, la culpa no es de las personas por querer expresarse, de la misma forma que no se puede responsabilizar solo a la ciudadanía por votar partidos que buscan derribar el sistema desde dentro. El voto es “libre” si, pero la configuración del espacio público y las normas determinan la percepción más o menos sesgada de cada uno de nosotros. De la misma forma, en el espacio digital algunos de los problemas provienen de las normas que rigen estos, y que en muchas ocasiones ni conocemos como funcionan, ni el interés de quienes los manejan. Las redes sociales, y Twitter no fue la excepción, fueron modificando sus algoritmos y su funcionamiento mucho antes de que Elon Musk adquiriera la plataforma. Estos cambios, junto con la habilidad de la extrema derecha para adaptarse a ellos, transformaron los debates públicos. Muchas plataformas digitales se convirtieron en altavoces de opiniones extremas y extravagantes, premiando cualquier interacción, ya fuera positiva o negativa, y generando una falsa sensación dialectica donde posturas minoritarias lograron ocupar un espacio desproporcionado en el discurso público.

Con la llegada de Musk, esta tendencia se intensificó. Los cambios que solo podemos intuir en el algoritmo de X, han llevado no solo a amplificar más los peores discursos, sino también a silenciar o marginar otros. La confrontación y el contenido diseñado para generar reacciones viscerales se han convertido en la norma, priorizando particularmente las posturas que, o casualidad, coinciden con las del dueño de la red.

En el debate sobre quedarse o abandonar X, los defensores de la permanencia argumentan que ceder este espacio implicaría dejar el campo libre para que la extrema derecha continúe monopolizando el discurso. Algunos trazan un paralelismo con la decisión de ciertos sectores de la izquierda, de incursionar en los medios de comunicación de masas antes del 15-M, una estrategia que permitió convertir ideas marginales en sentido común, y facilitando la irrupción de Podemos en la política institucional después. Sin embargo, estos mismos argumentos ignoran una diferencia crucial: hoy, quien ha invadido el espacio público es la extrema derecha, y quedarse intentando defender el terreno en condiciones desventajosas solo conduce al desgaste. Los algoritmos, diseñados para favorecer las posturas más radicales, ponen a los progresistas en una posición de desventaja estructural. En mi opinión estas argumentaciones que compran hipótesis pasadas como válidas para ejemplos completamente distintos, solo esconden la falacia o sesgo del coste hundido, que explica como nos quedamos allí donde hemos invertido mucho tiempo o esfuerzo, solo por no sentir que lo tiramos a la basura, aunque ya no exista aliciente o racionalidad ninguna para quedarse.

Interactuar en una plataforma diseñada para amplificar el odio y la desinformación es, en el mejor de los casos, inútil, y en el peor, perjudicial. Enfrentar las narrativas de la extrema derecha en X no solo les da mayor visibilidad, sino también una legitimidad implícita al entrar en su marco discursivo y validar el terreno de juego. El dilema sobre quedarse o migrar evoca una lección central de 'El arte de la guerra' de Sun Tzu: El terreno donde se desarrolla la batalla. En este caso, X es un terreno donde todas las reglas favorecen al adversario, lo que hacen que sea prácticamente imposible ganar en ese espacio.

 Además hay también una razón ética en abandonar ese lugar. Si sabemos que el diseño algorítmico de X favorece las interacciones conflictivas y la viralidad sobre el contenido reflexivo, debemos entender que no lo hace solo en el debate entre democracia y extrema derecha, sino que también ha intoxicado cualquier discusión sosegada dentro del propio espacio progresista, y quedarse implica abandonar la idea, si no lo hicimos ya, del propio debate como forma de dirimir corrientes y opiniones. Debemos asumir que la propia estructura de la plataforma ha moldeado también las formas de comunicación fuera de ella, creando un entorno donde el discurso se ha degradado más allá del espacio digital.

En todo este contexto, Bluesky emerge como una opción atractiva. Aunque aún está en desarrollo y carece de la masividad de X, muchos usuarios hemos comprobado que su diseño fomenta interacciones más moderadas y constructivas. En Bluesky, los debates se dan con un ritmo diferente, y los participantes parecen más interesados en escuchar y construir consensos que en buscar la aprobación a través de la polarización. ¿Es esto un mérito de la plataforma? Quizá no. Aunque el diseño más amable ayuda, también es probable que el hartazgo generado por años de saturación de agresividad y conflictos haya llevado a muchos usuarios a buscar un espacio distinto. Esta convergencia entre el diseño de la aplicación y el deseo colectivo de cambio podría ofrecer una segunda oportunidad para recuperar el sentido común frente a los discursos negacionistas y de odio. Migrar a Bluesky no implica abandonar la lucha, sino redefinir las condiciones en las que se libra. Es también un acto estratégico: construir una nueva plaza pública digital donde las reglas no premien el odio y la desinformación, sino el diálogo y el entendimiento mutuo.

En mi opinión, la cuestión no es tanto si abandonar X, sino cuándo y cómo hacerlo. Permanecer en un entorno tóxico no solo consume tiempo y energía, sino que también puede perpetuar la ilusión de estar dando un debate legítimo cuando las cartas están claramente marcadas. Construir una nueva comunidad digital en Bluesky, representa una oportunidad para recomponer fuerzas y rearticular los valores democráticos, que se han perdido en el caos de X. Es, en esencia, un "retorno a los cuarteles de invierno" en su versión digital. Esto no implica abandonar la lucha contra la desinformación o los discursos de odio, sino trasladarla a un terreno donde las condiciones sean más favorables para el progreso y la verdad.

Pablo Gabandé Tapia. Fotoperiodista y politólogo.

boton whatsapp 600