Ya tenemos otro motivo de orgullo para incluirlo en la marca España: la porra. Y no me refiero a esa interjección pálida y cursi de los seminaristas del Opus, ni al desayuno castizo de los madrileños, sino a la porra policial y al monólogo de vergajazos que se vio el otro día en Vallecas. Estaba la gente, maciza de gritos y pancartas, protestando frente a la Asamblea de Madrid contra el confinamiento, más clasista que sanitario, que impuso a diversas zonas de la capital Díaz Ayuso, cuando empezó la movida. 

Un pueblo con voluntad de tanque reclamaba más Sanidad y menos policías cuando, de repente, el mundo se detuvo y Vallecas hizo flashback y volvimos a ver a los grises del franquismo, que solo faltaban las cagadas senatoriales de los caballos para completar la estampa en blanco y negro de la vieja época. 

En ninguno de los vídeos publicados se advierte que los manifestantes desafiaran a la Policía. Solo daban palmas, solo gritaban eslóganes, todos ellos con la mascarilla puesta y respetando, en la medida de lo posible, la distancia de seguridad, mucho más alejados entre sí que cuando se reunieron en Colón los negacionistas del coronavirus mientras la policía bostezaba, mascaba chicle, resoplaba, se acicalaba las uñas. Y, sin embargo, algo pasó o, mejor, algo no pasó frente a la Asamblea de Madrid el otro día, porque un puñado de rottweilers uniformados acometió, porra en ristre, contra la primera fila de vecinos. 

Fue La carga de los mamelucos de Goya en toda regla. Los antidisturbios se liaron a repartir vergajazos y a ponerle un logotipo de sangre al primero que pillaban. Hubo alguno incluso que repitió el gesto de aquel policía que aplastó la yugular de George Floyd hasta asfixiarlo. Y otro que, a un joven, ya detenido y esposado, le propinó un cabezazo de carnero con el casco. En cambio, estos mismos policías se hacían selfis con los libertadores de Núñez de Balboa entre vítores a Franco y un párkinson de banderas preconstitucionales en las manos.

Uno se pregunta qué les enseñan a estos seres en las academias de policía. También se pregunta si, al presentarse a las oposiciones, obtienen más puntuación aquellos candidatos que demuestren trastornos de personalidad más severos que los que concursan con la mollera en relativo buen uso. Debe de haber una tabla, un baremo, un criterio, algo; confiemos en que algún día nos lo expliquen Marlaska y el delegado del Gobierno de la CAM. Porque, si no, no se entiende. A mí me da que los delirios paranoicos le otorgan quince puntos suplementarios al aspirante a policía. El sadismo, diecisiete. La xenofobia, diez. El acreditado odio al obrero, veintiuno. La homofobia, once. El racismo, trece. La aporofobia, ocho. Y así. A ver si El Bosco sale de su caserón del Prado y les extrae a estos señores la piedra de la locura. O el peñasco. 

Porque fue vergonzoso e indignante lo del otro día. Más de cuarenta años de presunta democracia —léase a García-Trevijano para entender el porqué del adjetivo— y todo para que vuelvan los grises, si es que alguna vez se marcharon.