En estos últimos días he estado leyendo con interés las últimas noticias sobre el caso Oltra y algunas reflexiones de analistas que inciden, en general, en la aberración que ha supuesto este caso. Mónica Oltra se vio obligada en 2022 a renunciar a su cargo de vicepresidenta de la Generalitat valenciana y de diputada autonómica en las Corts, siendo la máxima representante pública de Compromís. En 2021 en las elecciones autonómicas había conseguido, junto a PSOE y Podemos, terminar con los largos 20 años del PP en la comunidad, años en los que, como todos recordamos, la corrupción y el enriquecimiento indiscriminado de los gobernantes habían sido protagonistas, y habían ido en aumento descarado con el paso del tiempo.

Mónica Oltra había sido el azote ideológico de la derecha valenciana en esos tiempos de nepotismo, tiranía y corrupción. Era una valiente que denunciaba los tejemanejes de las derechas valencianas sin disimulos ni cortapisas. Hasta que el Partido Popular y la extrema derecha encontraron una excusa para acabar con ella. Su ex marido fue acusado de un delito; algo criminal y repudiable. Pero la excusa era perfecta y, a través de un acoso y derribo monumental, alentaron la idea de que ella le encubrió; y le interpusieron una demanda judicial.

Hace pocos días, esa causa judicial interpuesta hace dos años contra Oltra para torpedear su carrera política ha sido archivada por no haber ningún indicio de culpabilidad. Oltra es inocente. Siempre fue inocente. Y casi todo el mundo lo sabía, quizás especialmente los querellantes, que eran miembros de un grupo de extrema derecha; a pesar de lo cual la demanda fue aceptada por un juez y una fiscal que probablemente eran afines a ese acoso y derribo.

¿Y ahora qué? ¿Alguien va a enmendar el enorme daño político, emocional, moral y personal que han causado a esta mujer? ¿Y el daño a la política valenciana, y al país entero? Porque el partido de Oltra se hundió electoralmente por todo aquello, provocando que volvieran las derechas, esta vez con Vox, a la Comunidad levantina. Si la administración de justicia hubiera sido efectiva (ninguna justicia que tarda tiempo en administrarse es ni justa ni efectiva), el asunto hubiera quedado en casi nada. Pero en más de dos años el daño provocado es irreparable.

Las caras visibles de la maniobra orquestada fueron un seguidor de un movimiento fascista y una cofundadora de Vox. La joven que denunció al ex marido de Oltra acabó contando que la dejaron “tirada” y no cumplieron su promesa de conseguirle un trabajo y comprarle una casa. Toda una trama urdida al peor estilo de verdaderos mafiosos. Y es que éste es un estilo muy propio de las derechas, que, conscientes de que la verdad les delata, acuden a la mentira y a la difamación para destruir al adversario. Y exigen dimisiones por bulos vertidos por ellos mismos, pero se niegan a dimitir por acciones delictivas, reales y constatables. En las residencias de ancianos de la Comunidad de Madrid, por ejemplo, murieron casi ocho mil ancianos encerrados y desatendidos, y aquí no ha pasado nada.

El caso de la destrucción política de Oltra no es único. Al contrario, somos testigos de un rosario de casos que han impactado en la política española desde que empezó la era neoliberal buscando dinamitar a las izquierdas por parte de las derechas: casos como el de Ada Colau, el juez Juan José Escalonilla, Victoria Rosell, el SAT andaluz,  Alberto Rodríguez o Isa Serra de Podemos. Son casos de los llamados en inglés lawfare (guerra jurídica), que son el empleo de procesos legales que llevan a cabo los neoliberales para destruir o paralizar políticamente a determinados cargos públicos. Y la vergonzosa lentitud de los procesos legales permite que los manipuladores consigan, por lo general, sus fines.

Es muy obvio que se trata de cacerías políticas, de políticas de destrucción, de maniobras maquiavélicas que las derechas empelan como una de sus grandes armas para hacerse con el poder y perpetuarse en él. Quizás es que no tienen otro modo, porque las urnas, de manera democrática y limpia, no les suelen ser favorables. En realidad, desde la perspectiva de la Psicología como ciencia, se trata de exactamente las mismas herramientas que utilizan las personas malvadas para hacer daño o conseguir sus fines: mentir, engañar, difamar, verter  falsedades para debilitar a su víctima o contrincante, y sacar beneficio de esa debilidad o vulnerabilidad provocada. Así es la maldad extrema humana, también llamada narcisismo perverso o psicopatía, es decir, se trata de ausencia total de empatía y de conciencia, porque quien tiene conciencia es incapaz de esas perversidades.

Robert Hare, el mayor experto del mundo en la maldad humana, exponía en una entrevista de hace unos años, que la psicopatía va en aumento y que en diversos sectores, como la política, el número de psicópatas es mucho mayor que en otros sectores de la sociedad; y confesaba que no tiene esperanza en la humanidad porque “el porcentaje de psicópatas, de malvados es pequeño, pero su astucia, su perversidad y su maldad afectan a la humanidad entera”. Sin embargo, decía el filósofo Bertrand Russell que el amor es sabio y el odio es débil y estúpido, por muy pérfido que sea. Prefiero aferrarme a ello.

Coral Bravo es Doctora en Filología