Hace unos días una amiga me hacía llegar el enlace de una noticia que me ponía los pelos como escarpias. Una anciana era hallada muerta en su casa, varios días después del deceso, en unas condiciones deplorables, pues no tenía ni luz ni agua y la casa estaba llena de basura. Algo muy triste pero que, por desgracia, ocurre más de lo que debería. Pero lo que hacía especialmente escalofriante el caso es que la mujer muerta no estaba sola, estaba junto a su hermana gemela, que fue hallada junto a ella con signos evidentes de trastorno mental.

Este caso no es más que una muestra de la cara más oscura de nuestra sociedad. Al leerlo recordé mis primeros tiempos profesionales, cuando en los veranos siempre asistía a varios levantamientos de cadáveres de personas mayores que habían muerto solas y de cuya muerte solo se supo cuando los vecinos avisaron por el olor que salía de la casa. Con el tiempo yo dejé de asistir a tales diligencias, pero no porque hubiera dejado de pasar sino porque cambió la ley y no era necesaria nuestra presencia.

En esta desconcertante época, en la que vivimos cada día entre el miedo y la esperanza, situaciones como esta no solo existen, sino que se agravan. Con el aislamiento impuesto por una pandemia para la que nadie está preparado. Se puso ver durante el confinamiento más estricto, pero también después, cuando las restricciones legales y el miedo al contagio reducen los contactos sociales al mínimo.

Decía Virginia Woolf “me produce un gran placer estar sola. Tal vez se deba a que, al hacerlo, elimino el dolor que me produce la gente. Quizás sea el placer más fuerte que conozco”. Y es que la soledad buscada puede tener su parte buena, pero no tanto la impuesta. Aunque, en cualquier caso, no olvidemos cómo acabó la genial autora.

Es muy triste que, en una sociedad global y tecnológica como la nuestra, en la que estamos a un solo clic de ver en la pantalla de nuestro móvil a seres que están en las antípodas, puedan ocurrir cosas como las que he contado a unos metros de nuestras casas- Pero ocurren. Y ocurren porque nuestra sociedad, por más que avance tecnológicamente, se deshumaniza a pasos agigantados.

Estamos en un momento difícil, no cabe duda.  Pero es el momento adecuado para replantearse ciertas cosas, para pensar en la gente que tenemos cerca, en las cosas que podemos hacer para que no se sientan solas. Porque la soledad puede ser el más terrible de los enemigos.