Confieso que, cuando asumí que el hecho de la guerra en Ucrania era una realidad, temí que se disparara la xenofobia, entre otras cosas. Me venían a la cabeza las imágenes de otros desplazados, de otras guerras, de otras personas que por uno u otro motivo cruzaban nuestras fronteras, y pensé que ocurriría la mismo.

Creí que esos intolerantes para quienes cualquier justificación es buena para sacar a pasear lo peor de sí mismos, se encontrarían con una excusa magnífica para su mensaje de odio y exclusión. Como hemos visto una y mil veces, y como seguimos viendo a diario. Pero las cosas no eran como yo pensaba.

Ya hubo quien me lo advirtió, cuando exponía mis temores. Estas personas refugiadas no van a ser vistas de la misma manera que quienes llegan de otras tierras, que quienes vienen en patera, que quienes cruzan la frontera de otro modo. Y la explicación no es otra, por dolorosa que resulte, que el color de su piel. Los ojos y la piel claras hacen que unos refugiados sean mirados con cariño por las mismas personas que desprecian a otros, e insisten en expulsarlos fuera de su pequeño y mezquino paraíso.

Por supuesto que las personas que huyen de la guerra causan toda mi solidaridad y toda mi empatía. No podía ser de otro modo, desde luego. No puedo ni siquiera imaginar lo horrible que debe ser encontrarse de un día para otro sin nada en las manos, sin cielo sobre la cabeza y sin tierra bajo los pies, y sé que cualquier cosa que pueda hacerse para paliar tanto dolor es poca. Por eso, precisamente, me alegro muchísimo de esas oleadas de solidaridad que la guerra de Ucrania ha generado. Pero me gustaría que esos buenos sentimientos se despertaran respecto de todos los seres humanos y no solo respecto de algunos. Porque todas las personas somos iguales, o deberíamos serlo.

Las cosas, sin embargo, no son como me gustaría, aunque no sean tampoco como había temido en un principio. Hechos como estos confirman que el color de la piel importa mucho más de lo que debería importar, y que ahí está la triste clave de esas diferencias de trato.

No obstante, tengo otro temor. Me da mucho miedo que lo que esté sucediendo cree una suerte de xenofobia hacia las personas de procedencia rusa, aunque estén en contra de la invasión, y aunque su piel y sus ojos sean claros. Ojalá me equivoque.

La crueldad y la injusticia no pueden ser excusa para nada. No nos pongamos a su altura.