España acaba de aprobar una de las leyes más ambiciosas de la legislatura: la Ley de Movilidad Sostenible, una norma que marca un antes y un después en la forma en que el país se mueve, se conecta y respira. Es mucho más que una ley de transportes: es un proyecto de país impulsado por Pedro Sánchez para hacer de la movilidad un derecho ciudadano, no un privilegio. Por primera vez, el Estado reconoce que desplazarse de forma segura, limpia y asequible es un derecho que debe garantizarse como la educación o la sanidad.
No es casualidad que este paso histórico llegue de la mano del Gobierno de Sánchez. Frente al inmovilismo y la resistencia de una derecha que niega los avances verdes y sociales, el Ejecutivo ha aprobado una ley que combina progreso, justicia social y sostenibilidad ambiental. Una ley fruto del diálogo, la escucha y el consenso, que demuestra que cuando el Gobierno de España lidera con visión de futuro, el país avanza unido.
Durante años, la movilidad en España fue un mosaico de medidas dispersas. Faltaba una estrategia de Estado que diera coherencia, estabilidad y seguridad jurídica a todo el sistema de transportes. Hoy, gracias al impulso del Ministerio de Transportes, esa visión se ha hecho realidad. La nueva ley integra todos los modos de transporte, impulsa la coordinación entre administraciones y refuerza la conexión entre el transporte urbano, ferroviario, marítimo y aéreo.
Además, esta ley abre la puerta a acceder a cerca de 10.000 millones de euros de fondos europeos del Plan de Recuperación. Fondos que no son un regalo, sino el resultado del prestigio internacional que España ha ganado bajo el liderazgo de Sánchez. Bruselas confía en un Gobierno capaz de transformar, con rigor y planificación, la economía española hacia un modelo más verde y digital.
Pero la verdadera innovación de esta norma es su dimensión social. Por primera vez, se reconoce el derecho a una movilidad sostenible, y para hacerlo efectivo, el Estado se compromete a elaborar una Estrategia contra la Pobreza de Transporte. Porque no hay igualdad real si vivir en un pueblo pequeño implica quedar aislado, si para ir al trabajo o al médico hay que recorrer kilómetros sin transporte público. Esta ley rompe con esa desigualdad silenciosa que condena a muchas zonas rurales al abandono.
El Gobierno también impulsa el transporte al trabajo sostenible, obligando a las empresas de más de 100 empleados a contar con planes específicos. Se trata de mejorar la calidad de vida, reducir atascos, emisiones y costes, y avanzar hacia un modelo de movilidad más humano. Además, el Ministerio financiará ayudas para que estas medidas no se queden en papel mojado. Es política útil, concreta y transformadora.
Otro de los pilares de la ley es la protección del transporte público interurbano, en especial el de autobuses, un servicio fundamental para millones de personas que viven fuera de las grandes ciudades. Frente a los intereses privados que apostaban por una liberalización total —donde sólo sobrevivirían las rutas rentables— el Gobierno de España ha blindado el sistema concesional, garantizando que ningún municipio pierda su parada y que el transporte siga vertebrando el territorio.
La ley refuerza así la igualdad territorial, un principio que Sánchez ha defendido siempre: no hay ciudadanos de primera y de segunda. Si una comunidad autónoma no presta el servicio, el Ministerio asumirá esa responsabilidad. Porque para este Gobierno, la cohesión no es un eslogan, sino un compromiso.
La norma también establece por primera vez un sistema estable de financiación estatal para el transporte urbano. Hasta ahora, los fondos llegaban con cuentagotas o según decisiones presupuestarias coyunturales. Ahora serán claros, predecibles y proporcionales, lo que permitirá a los ayuntamientos planificar inversiones a largo plazo, mejorar sus flotas y ofrecer servicios públicos más sostenibles y de calidad.
El transporte de mercancías también sale fortalecido. La ley lo reconoce como servicio esencial para la economía y apuesta por su modernización, especialmente en el ámbito ferroviario. Se desarrollarán autopistas ferroviarias en corredores estratégicos, se aplicarán bonificaciones para fomentar el tren de mercancías y se reforzará la competitividad de un sector clave para el crecimiento industrial y logístico del país.
La visión de Sánchez no se detiene ahí. La Ley de Movilidad Sostenible apuesta decididamente por la innovación tecnológica. Se creará un “sandox regulatorio” —una especie de laboratorio controlado— para ensayar proyectos de movilidad inteligente, plataformas digitales, sistemas de transporte compartido o vehículos eléctricos. Es una puerta abierta al futuro que coloca a España entre los países más avanzados de Europa en digitalización del transporte.
Asimismo, se pondrá en marcha el Espacio de Datos Integrado de Movilidad (EDIM), que permitirá analizar en tiempo real el funcionamiento del sistema y diseñar políticas públicas basadas en evidencia. No es casualidad: la estrategia de Pedro Sánchez siempre ha sido la misma, gobernar con datos, planificación y visión de largo plazo, no con ocurrencias o ideología.
La lucha contra el cambio climático ocupa un lugar central en esta ley. No podía ser de otra forma: el transporte genera casi un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero en España, y el 94% proviene del tráfico terrestre. Por eso, la ley incluye un objetivo vinculante de descarbonización con horizonte 2050. No se trata sólo de reducir emisiones, sino de cambiar el modelo energético y avanzar hacia un transporte más limpio, electrificado y multimodal.
Se fomentan los modos activos de movilidad —caminar, pedalear—, el uso del transporte público y compartido, y se actualizan las etiquetas medioambientales de la DGT para adaptarlas a la nueva realidad tecnológica. Además, se impulsará la electrificación de los puertos y del ferrocarril, el despliegue de infraestructuras de recarga eléctrica y la reducción de vuelos cortos cuando exista alternativa ferroviaria. Medidas valientes que otros gobiernos prometieron y que el de Pedro Sánchez, sencillamente, está haciendo realidad.
Esta ley no surge de la improvisación, sino de una visión de país a largo plazo. Pedro Sánchez lleva años defendiendo que el progreso no puede medirse sólo en PIB, sino también en derechos, sostenibilidad y cohesión. La Ley de Movilidad Sostenible encarna esa visión: una España moderna, verde, conectada e inclusiva, que avanza hacia la neutralidad climática sin dejar a nadie atrás.
Mientras la derecha se dedica a sembrar dudas y a frenar cualquier avance con su discurso del “no a todo”, el Gobierno sigue demostrando que otra forma de gobernar es posible. Con diálogo, con planificación y con ambición. Esta ley es fruto del consenso, pero también del liderazgo político que ha sabido construir ese consenso.
En un momento en que el planeta pide respuestas urgentes, España ofrece una respuesta valiente. La Ley de Movilidad Sostenible no es sólo un texto legislativo: es una declaración de intenciones sobre el país que queremos ser. Un país que se mueve de forma más limpia, más justa y más humana. Y ese camino, una vez más, lo ha abierto Pedro Sánchez, el presidente que ha puesto en marcha la España del futuro.
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