En  el año 37 del pasado siglo, un Antonio Machado desilusionado pero sin tirar la toalla escribía en una carta a un amigo suyo: “En España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud.” Casi cien años después aquellas palabras escritas desde el orgullo de una ciudad, Madrid, que se defendía del asalto fascista con uñas y dientes, siguen estando vigentes. Sucede con los poetas pensadores como el sevillano Machado, que su lucidez les lleva a convertirse en referentes éticos para la colectividad. Una vez más, el pueblo español demuestra estar por encima de sus representantes y, en especial, de una derecha que no ha evolucionado en siglo y medio y sigue viendo el gobierno del país como una posibilidad de enriquecimiento personal y no del servicio al interés general.

La pandemia ha demostrado, con todos los errores que queramos achacar a la gestión de un fenómeno que sorprendió y ha superado a todos los gobiernos de distintos signos en todo el mundo, que la fórmula neoliberal es un fracaso insistidamente apuntalada por los que se benefician de ella.  La gestión de esta catástrofe mundial habría sido imposible de administrar sin lo público, que, como es evidente, necesita ser reforzado con más recursos desde posiciones Keynesianas. La teoría de John Maynard Keynes surgió, precisamente, después de la depresión del 29, para regular un equilibrio justo entre lo público y la ley de mercado. Fue una teoría que apostaba por la regularización y control de ciertos sectores desde lo público, para garantizar el bien general. Frente a la voracidad caníbal del capitalismo salvaje, que han maquillado durante décadas sus apóstoles del PP y ahora de Ciudadanos, se han “Externalizado”, eufemismo de privatizar, muchos de los servicios que antes eran públicos, como las residencias de ancianos, los tanatorios, la limpieza de las ciudades, y muchos de los hospitales. El resultado, aparte del enriquecimiento en tiempos de bonanza de los amiguetes empresarios, como han demostrado muchas sentencias por corrupción, las estamos viendo en circunstancias como las actuales. Ancianos desatendidos y muertos, faltas de camas hospitalarias, servicios básicos que se han tenido que asumir desde lo público como la limpieza y desinfección de centros y ciudades, y un largo etcétera. Frente a esa evidencia, que hace que, de momento, la ciudadanía no haya desaprobado, con todas las quejas y críticas legítimas que se quieran y deban hacer, la gestión gubernamental, según los últimos sondeos del CIS, hay quienes siguen insistiendo en esa fórmula que ha dañado a nuestra sociedad, y que se ha llevado muchas vidas.

Maquillado por la algarabía parlamentaria, y el intento de desgastar al gobierno de Pedro Sánchez  con medias verdades, que son medias mentiras o mentiras  enteras, ha pasado casi desapercibido un hecho que me parece del todo significativo y demoledoramente esclarecedor. Este pasado abril, mientras se acusaba el golpe más duro de la enfermedad se debatía en el parlamento europeo la fórmula de salir del atolladero económico y las políticas proactivas de ayuda a los sectores estratégicos frente a la enfermedad, y la inevitable crisis económica que nos golpearía inmediatamente después. Fue entonces cuando, a iniciativa del grupo europeo de Los Verdes, la mayoría de las fuerzas políticas de todos los países europeos votaban a favor de los llamados “eurobonos”. En España, PSOE y UNIDAS Podemos se sumaban a esta opción. Frente a esta propuesta, una vez más el disenso de Países bajos, Alemania, Finlandia y Austria, que pretendían, y siguen pretendiéndolo, que esto fuese un rescate como en la anterior crisis, en la que se obligue a los países a unos compromisos de déficit, de rendir cuentas, o de intervención. En este momento crucial, pues se trata de la pandemia más atroz y letal en más de un siglo en todo el mundo, nuestra patriótica derecha del PP y Ciudadanos, con el beneplácito de Pablo Casado y de Inés Arrimadas, votaba a favor del modelo de intervención, frente al consensuado y sensato de ayudas a nuestro país, así como a todos los demás países europeos, especialmente afectados, como Italia, o Francia. Llama la atención que, mientras se proclamaban públicamente soflamas patrióticas, el líder del mayor partido conservador de nuestro país, y con pretensiones de gobernar, votara en contra de la patria que dice defender. Aunque sólo fuera por responsabilidad, por amor a sus ciudadanos y su país, e incluso por interés si pretende ser presidente, debería haberse sumado a los intereses de la nación, de un país que prefiere ver intervenido, si le ayuda a alcanzar el poder, que en manos de la izquierda. Esta es la alta enseñanza de la poética reflexión de hace casi un siglo del poeta Machado: hay quien prefiere a su patria humillada, y a sus ciudadanos hipotecados, incluso en los peores momentos. Qué gran altura moral. Qué retrato tan triste de unos partidos que se resisten a ser, de verdad patrióticos y leales a los intereses de los suyos.