Vienen estos días los informativos llenos de imágenes de hospitales repletos, de sanitarios agotados, de hileras de ataúdes en morgues improvisadas, de familiares desesperados, de trabajadores sin trabajo, de crisis, de angustia. Pero no veo imágenes, salvo algunas monjas huyendo de una residencia de ancianos y un par de sacerdotes dando misa desde tejados, de nuestra Santa Madre Iglesia.

Uno podría pensar que no puede haber mejor ocasión para justificar la existencia de la Iglesia, que una plaga bíblica, pero parece que la santa institución tampoco sirve para eso. Cierto es que los obispos han ofrecido, sin especificar más, alguno de sus miles y miles de locales exentos de IBI y que no dejan de pedir ayuda para Cáritas. No dicen que Cáritas ya lo subvencionamos los ciudadanos con nuestros impuestos, seamos o no creyentes, con buena parte del dinero que recauda el estado de la partida que va destinada a las ONG's.

Pero lo que más me indigna es el descarado reconocimiento por parte de la Iglesia, de una absoluta inutilidad que raya con la estafa. Porque, vamos a ver, si la propia Iglesia ordenó, antes del confinamiento, el vaciado del agua bendita de las pilas de iglesias y monasterios por temor a que fuera un medio de contagio, quiere decir que lo que allí había era agua del grifo. No me entra a mí en la cabeza que el agua bendecida pueda propagar más virus que el de la credulidad.

Aunque ya debimos haber pensado mal cuando se cerraron santuarios como el de Lourdes, donde nos habían vendido, nunca mejor dicho porque es uno de los lugares más lucrativos del mundo, que se producían milagros. ¡Si hasta el propio Papa, el elegido por Dios como su representante en la Tierra, tiene que ofrecer sus homilías ante plazas vacías, por miedo a que los fieles contraigan el coronavirus al escuchar la palabra del Señor!

Debo confesarles, entenderán que, dicho lo dicho, no lo haga ante un sacerdote, que me siento timado. Si en estos tiempos que corren uno no puede confiar en los milagros y en que la Iglesia intercederá por nosotros ante el Altísimo, ya me dirán ustedes para qué le pagamos, sólo en España, más de 11.000 millones de euros anuales. Sé que es pura demagogia, pero estos días me ha dado por pensar en cuántos hospitales y en cuántas doctoras y enfermeros podríamos pagar con ese dinero.