Inasequibles al desaliento, los franquistas vuelven con sus maneras chulescas con sus desplantes y esa soberbia propia de los matones de barrio. Ante la amenaza “socialcomunista” que ven en cada esquina y que consideran despliega el actual Gobierno, regresan con fuerza y se parapetan en partidos de la derecha (el PP y Ciudadanos), de la extrema derecha (Vox) y más allá, en grupúsculos que se van organizando, con fervor, al calor y la llamada de los ultras europeos. El objetivo final es, una vez más, arrojar del territorio español al infiel, que es en suma quien no comulga con sus ideas de intolerancia y xenofobia. Pero, en un primer alcance, la cruzada inmediata es salvar al adalid, al mal llamado Generalísimo, quien debe ser exhumado de su tumba actual por decisión del Congreso de los Diputados. Ya no protestan los neofascistas ante la entrada al Valle de los Caídos. Ahora se regocijan con la iniciativa de la familia del dictador, que desea llevar los restos, si se desentierran, a la cripta de la catedral de la Almudena, donde los Franco tienen una sepultura en propiedad. Están seguros de que van a meter un gol imparable al Ejecutivo.

En tal tesitura, Francisco Franco pasaría de reinar sobre los restos de sus enemigos muertos, a mantenerse presente entre los vivos, en el corazón de la ciudad, como un atractivo más para agencias de turismo y tiendas de suvenires, que podrán comerciar con su figura y distribuirla impresa en camisetas, tazas de té, sombreritos y abanicos. ¿Y la Ley de Memoria Histórica? ¡A quién le importa! Ya pueden quitar nombres de calles, que ellos tendrán a su caudillo “donde tiene que estar”, en la Plaza de Oriente, junto al Palacio Real, donde “Él” disfrutaba del fervor popular, encarnado en miles de personas que llegaban desde todos los puntos de la nación, con autobuses gratis, fletados para la ocasión, y reparto de bocadillos.

Pero no nos engañemos señores obispos, Franco pisoteó todos los preceptos que nos enseñó Jesús de Nazaret. Perpetró un Golpe de Estado, no le tembló la mano para condenar a muerte

Fuera de la discusión que ya se entabla sobre lo que indica al respecto el derecho canónico, la Iglesia española no parece disgustada de recibir a quien consideran “un cristiano más”. Pero no nos engañemos señores obispos, Franco pisoteó todos los preceptos que nos enseñó Jesús de Nazaret. Perpetró un Golpe de Estado, no le tembló la mano, ni aun con el parkinson avanzado, para condenar a muerte o para consentir los asesinatos de millares de inocentes.

Mientras el papa Francisco trae nuevos aires y hace vivir al Vaticano un fin de semana de rectificación, canonizando a Pablo VI y a Monseñor Romero, la Iglesia española parece ir en sentido opuesto. Duele que hayan canonizado antes a Juan Pablo II, el que traicionó al obispo salvadoreño que, al propio Romero, un ejemplo de defensor de los derechos humanos y un mártir, por cuya vida la Iglesia de tiempos del papa polaco debería asumir responsabilidades. Pero mientras el papa argentino rectifica, la Conferencia Episcopal española da un paso atrás.

Franco fue un genocida, y el hecho de que su cadáver pueda descansar en un lugar de culto es un sacrilegio, una ofensa para sus víctimas, que nunca fueron reparadas. Espero y deseo que el Santo Padre, que ha conocido en su país la salvaje acción de los dictadores, no consienta en darle amparo. Amén.