Hace un mes, mas o menos, un hombre de unos cincuenta y tantos años fue conducido por la policía a urgencias de un hospital de Madrid. Su estado era lastimoso, con la tensión disparada, el azúcar por las nubes y una agujero en la cara profundo, sucio y en descomposición. La doctora de guardia impulsa un internamiento involuntario porque, al habla con familiares le explican su situación de abandono que el ha abrazado y su imposibilidad de encauzarlo: expulsado del trabajo por falta de higiene, su rechazo a tratarse y su huida de la familia por recordarselo, le niegan la entrada en varios establecimientos y hasta en la parroquia.

Es internado en el departamento de psiquiatría y los médicos maxilofaciales empiezan a curar su herida de la cara. El diagnostico es un cáncer que afecta  al oído, el ojo derecho, el labio, los huesos de la cara y no se sabe si llega al cerebro y por lo tanto hay que operar. En un proceso ejemplar de la justicia, especialmente la fiscalia, se declara la incapacidad temporal y se nombra un tutor que autoriza la intervención.

Un equipo de múltiples especialistas dirigidos por el Dr. Javier Gonzalez realiza la operación que dura mas de trece horas. El equipo de doctores esta contento al termino de la intervención pero exhausto. Hubo que hacer un injerto de la pierna a la cara y la recuperación se produce con normalidad y con cuidado en una de las unidades de reanimación de la Paz.

Un País y un sistema que realiza este despliegue con un miembro casi desahuciado de su comunidad nos tiene que dar grandes dosis de esperanza en ese País y en sus ciudadanos. En casi ningún Pais del mundo -y creanme, conozco muchos por mi profesión- se hubiese realizado este despliegue y este gasto con un ser humano voluntariamente aislado de la sociedad y marginal, con ningunas esperanzas de mejora en su vida. La locura nos conduce a estos limites, pero nuestra sociedad es capaz de rescatarnos.

Joaquín Tagar es periodista