Si el nuevo presidente de Estados Unidos es un populista derechista, hemos de coincidir en que todo el mundo (o al menos nuestro mundo occidental) tiene un presidente de esas características. Ahora no cabe desdecirse y relativizar la trascendencia que tiene para nuestras vidas la persona que toma las riendas de la Casa Blanca. Hasta el recuento del último voto de Michigan, centenares de periodistas, analistas, observadores y técnicos de múltiples medios de comunicación españoles allí destacados retransmitían para todos nosotros la importancia de las elecciones del 8 de noviembre de 2016. Y ganó Trump.

Ahora se trata de digerir ese sapo. La digestión no la harán solo los norteamericanos, a nosotros nos toca también roer parte de ese zancarrón y, acaso, prepararnos para una segunda parte más dura y de áspera convivencia (o lucha) con el populismo. Porque: “La victoria de un patan”, que dice el muy informado sobre la vida norteamericana Javier del Pino, periodista de la Ser, da esperanza a todos los mastuerzos del mundo y sobre todo a aquellos populistas, a destra e sinistra, que se tienen por muy superiores en valor al estrafalario multimillonario norteamericano.

Numerosos dirigentes políticos europeos moderados han pasado en horas de un estado de guardia a otro superior de alarma. Que, por ejemplo, Marine Le Pen llegue a ser presidenta de la república francesa ya no es una quimera sino una posibilidad. Y no habrá fuerza suficiente en Bruselas o en Berlín que pare a tantos brutos como crecen en los gobiernos y parlamentos del este y centro de Europa.

En España, justo en el instante que Norteamérica daba el campanazo, los duros de Podemos -nuestro populismo de izquierda que se alimenta en los mismos abrevaderos del ruido y el odio que los otros populismos- ganan la batalla decisiva de Madrid. Pablo Iglesias, entonces, está autorizado para el desmelene, para llevar su voz y su furia hasta los confines de los cielos, hasta forzarnos a que tomemos la determinación de sumarnos a su manifestación de ruptura con todo, o nos apostemos tras las barricadas y, acaso, nos protejamos luego en las trincheras si queremos hacerle frente.

Pero el PP, a pesar de Rajoy y su modorra, también habrá de mover algo más que peones. La lección americana es muy clara: si te pareces a Clinton, perderás. La mejor voz, la que triunfa ahora, es la que se encuentra en lo más hediondo de nuestro último siglo: la xenofobia, la amenaza del otro, la vuelta al comunismo, la defensa de la tradición y los valores del terruño. El PP se radicalizará y esos cachorrillos amables que nos trajo Rajoy hace escasamente dos años para dar la apariencia de amabilidad en Génova retornarán a sus mullidos y burgueses hogares.

Sí, Trump, por más que la realidad y las sólidas instituciones norteamericanas logren moderar sus ansias, volverá a radicalizar la vida política en España y Europa. Y en estas, un PSOE en los huesos decide tomarse un tiempo para reflexionar, llamando para el ejercicio a decenas de militantes e independientes tan preparados como razonables. De ahí podrán salir incluso fabulosas conclusiones (igual logran averiguar la causa de su descarrío electoral y político) y acaso propuestas sugerentes con las que intentar detener el abismo de la desigualdad, que es la causa de casi todo. Pero no irán un paso más allá. Desgraciadamente el momento presente se lo queda el que escupe más lejos.