En este año tan raro nos han faltado muchas cosas y nos han sobrado otras. La Navidad ha llegado y, pese al espumillón y la purpurina con que fingimos que es como siempre, nada tiene que ver con años pasados. Y espero que tampoco con los que vendrán, que con esta ya vale.

No hay anuncio de turrón con escena lacrimógena de quien vuelve a casa por Navidad. Ni anuncio, ni la realidad que plasmaba. Se ha hecho difícil, si no imposible, regresar a lo que un día fue el hogar de quienes viven lejos. De una u otra manera, los gobiernos han abortado casi toda posibilidad de reunirse. Aunque, en realidad, no son ellos sino el puñetero virus, que no nos deja descanso. Ese, y la irresponsabilidad de algunos, que eclipsa todo el esfuerzo y civismo de una sociedad herida en lo más profundo.

Quienes viven fuera no volverán a casa por Navidad, pero lo harán, vacuna mediante, en cuanto puedan. Pero muchas otras personas no volverán hoy ni nunca, personas cuyas sillas estarán vacías no por un problema de restricciones sino porque el maldito covid se los llevó para siempre.

Pienso en ellas cuando veo escenas de inexplicables conciertos multitudinarios, de fiestas clandestinas o cuando alguien me cuenta, como una gracia, que han ingeniado algo para torear los límites. Pienso en ellas cuando veo la cara de cansancio del personal sanitario, y el miedo en los ojos de las personas mayores.

Pero también pienso en ellas cuando veo el esfuerzo de voluntarios que cada día regalan su tiempo, el de personas solidarias que dan lo que no tienen para que alguien tenga lo que nadie le da. La cara y la cruz de la moneda.

Prefiero quedarme con la buena gente, con la gente que suma y no que resta. Esta navidad, más que nunca, necesitamos alimentar la esperanza de un mundo desesperanzado.

Este año no vuelven a casa por Navidad, pero seamos responsables para que el año próximo no nos falte nadie más, ni entre los que están cerca ni entre los que están lejos.

No olvidemos que el mundo nos da una oportunidad para repensarnos, para revisar nuestras prioridades, nuestra escala de valores y nuestra conciencia. Aprovechémosla, que nunca es tarde.

Yo aprovecho esta ventana al mundo para desear feliz Navidad. Ojalá pronto podamos recuperar las Navidades de antaño, pero, mientras tanto, seamos felices. Y responsables. Tal como están las cosas, no se puede ser una cosa sin la otra.