Igual es cosa mía, pero tengo una sensación extraña. Cualquiera que haya estado viendo la televisión, escuchando la radio o atendiendo a otros medios de comunicación, difícilmente creería que estamos en un estado aconfesional. Porque lo de la muerte del Papa, y la consecuente elección de su sucesor ha hecho correr ríos de tinta y horas de emisión. Y no sé si se nos ha ido de las manos.

El tema es noticiable, no cabe duda. Se trata de un Jefe de Estado, pero es mucho más. Es la cabeza de una Iglesia con millones de seguidores, al menos teóricamente. Y digo eso porque en países de tradición católica como el nuestro somos muchas las personas bautizadas, pero no corresponde a una realidad de creyentes y practicantes. No obstante, no le quito importancia. Aun así, siguen siendo muchos quienes de uno u otro modo pertenecen a la religión católica, y hablamos de la persona que dirige sus designios, nada más y nada menos.

Por todo ello, es perfectamente comprensible que los informativos, tanto ordinarios como especiales, le dediquen mucho tiempo. Pero, cuando ya entramos en programas de cotilleo, de corazón, del hígado -o como quiera que se llamen-, que hablan de las cuestiones vaticanas con la misma frivolidad con la que hablarían del último novio que se ha echado quien ganó un reality, o el último tatuaje que se ha hecho una folklórica o un futbolista, la cosa me empieza a chirriar. Y cuando surgen especialistas en el papado como champiñones, me explota la cabeza. Menos mal que leo que la película “Cónclave” ha tenido una segunda y muy provechosa vida al hilo de todo lo ocurrido, y eso me hace pensar que mucha gente quiere aprender a la carrera. Y mira por dónde, sin esperar a que salga la película, porque ya salió antes.

Confieso que a mí me tienen un poco harta. Me agotó el entierro, el post entierro y las elucubraciones, y doy gracias a los cardenales por haberse dado prisita en sacar su fumata blanca porque si no el empacho de cuestiones papales hubiera sido tremendo.

Al final, puede que los árboles no dejan ver el bosque. Y que, más allá de anécdota, no tenga importancia si el nuevo Papa jugaba al fútbol o al béisbol, si una vecina le dijo a los 6 años que sería el primer Papa estadounidense, o si comía cada día con sus compañeros de congregación. Lo realmente importante es si va a seguir esa línea aperturista -aunque aún tímida- del papa Francisco, y va a hacer algo para que la Iglesia se acomode a nuestro siglo. Porque asignaturas pendientes las hay a porrillo, en temas tan básicos como el papel de la mujer, los anticonceptivos, el aborto, el divorcio o las uniones de personas del mismo sexo. Y también hay deudas históricas que siguen ahí pidiendo ser explicadas y reparadas, como los abusos a menores, los robos de niños en el franquismo o el papel -o no papel- de la Iglesia frente al nazismo. Y sobre eso sí me gustaría ver reportajes y horas de informativos.

Así que démosle tiempo. Ojalá se cumplan los buenos augurios.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)