He llegado al límite de lo tolerable y tal vez reviente si sigo guardando silencio. Por ello, voy a decir sin tapujos que siento aversión por cierto personaje llamado Francisco Marhuenda. Matizaré que tal desafecto nada tiene que ver con la vida privada de tan desabrido periodista (y a la vez tertuliano), sino sólo con el personaje que con ahínco interpreta cuando justifica las mentiras y las bribonadas y felonías cometidas por ciertos miembros del Partido Popular o los errores que dicho partido (como cualquier otro) comete.

Si bien hasta ahora me resultaba tolerable, en los últimos meses es tanto el ahínco que muestra Marhuenda en su papel de paladín de Génova 13, que  ha llegado a convertirse en un esperpento, un bufón de la derecha y, sobre todo, la voz de quien fuera su amo. Un amo a quien el periodista lisonjea con servilismo y a quien entroniza como si de un peluchón de andar por casa se tratara al que, metafóricamente, me imagino abrazado con arrobamiento en esos momentos íntimos en los que tan confortable resulta ir con chanclas viejas y un batín raído por el uso.

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