Todos los que hemos acudido a la playa durante estas vacaciones hemos vuelto a comprobar hasta qué punto estamos convirtiendo el mar en el gran vertedero de la humanidad. No importa si transitoriamente van a parar al río, al bosque o a las aceras de las calles: la mayor parte de los residuos que gestionamos de manera irresponsable acaban en el mar. Especialmente los que tiramos al váter.

Aunque sabemos que no van a ahí, aunque seamos plenamente conscientes de que estamos actuando de manera irresponsable, seguimos tirando de todo al váter. Siguen siendo demasiados los que entienden el váter como un agujero negro, una especie de conducto que hace desaparecer las basuras tras tirar de la cadena. Y claro no es así, por supuesto que no.

Tirar por el váter toda clase de residuos sólidos no biodegradables, desde productos de higiene íntima femenina hasta las famosas toallitas húmedas, medicamentos fuera de uso, sobrantes de disolvente, pinturas y otros productos químicos, es de necios.

Estamos empleando las mejores tecnologías de saneamiento para mejorar la eficiencia de las estaciones depuradoras de aguas residuales, dotándolas de los sistemas de filtración, inertización y retirada de contaminantes más avanzados. Todo con el propósito de retornar al medio un agua depurada cada vez más pura, más limpia y más segura.

Pero todo ese esfuerzo resulta baldío si en el momento inicial del proceso, como por ejemplo cuando hacemos uso del inodoro, añadimos tal carga de residuos tóxicos que impiden su recuperación.

Porque todos esos impropios colapsan los sistemas de alcantarillado, reducen la eficiencia de las estaciones depuradoras y causan cuantiosas pérdidas de dinero público: cerca de 300 millones de euros al año según la Asociación Española de Abastecimientos de Agua y Saneamiento (AEAS).

Pero es que, además, buena parte de todo ello va a ir a parar al entorno y nos lo vamos a encontrar en el mar en forma de contaminación, tal y como hemos podido volver a comprobar estas vacaciones. Por eso debemos entender que el estado de conservación de nuestras playas, la calidad de sus aguas y el volumen de residuos que arrastran hasta la orilla, depende en gran medida de las acciones que llevamos a cabo en las ciudades, y muy especialmente de la gestión de nuestros residuos en el hogar.

Esa toallita que flotaba viscosamente en el agua y que se nos enganchó desagradablemente en el brazo mientras nadábamos estaba ahí porque alguien la echó al váter y tiró de la cadena. No lo olvidemos y actuemos en consecuencia haciendo un uso responsable del váter. Tal vez así el año que viene podamos disfrutar de unas playas más limpias.