Cuando yo era niña, el DNI tenía un espacio dedicado a la profesión. Ahí, normalmente, los hombres reflejaban sus oficios de ingenieros, fontaneros, albañiles, o lo que fuera, y una gran mayoría de mujeres describían su oficio como “SL”.

La primera vez que vi esto fue cuando tuve que llevar unos papeles de la matrícula al colegio. Pregunté a mi madre que eran aquellas dos letras, y me dijo tranquilamente “sus labores”

¿Sus labores? ¿qué labores eran esas? ¿Y por qué eran suyas y no de nadie más? Creo recordar que mi madre se despachó diciendo que eran “las labores del hogar”, algo que a mí no me evocaba otra cosa más que el título de una enciclopedia por fascículos que vendían en el quiosco.

Con la pátina el tiempo, pienso que aquellas niñas que no dábamos por supuesto que las labores del hogar fueran cosa solo de mujeres fuimos el principio del fin de muchas cosas, de una lucha por la igualdad que había comenzado las generaciones que nos precedieron para dejarnos el camino allanado, aunque la meta estuviera todavía lejos.

También con la perspectiva que dan los años y todo lo vivido en un país que pasaba de la dictadura a la democracia, me llevo las manos a la cabeza cada vez que leo a personas -algunas, con responsabilidades públicas- que dicen añorar aquellos años, aunque no nacieran a tiempo de vivirlos.

¿De verdad a alguien le puede parecer atractiva una sociedad donde las mujeres no podían alquilar un piso o viajar sin permiso de un hombre, fuera su padre o su marido? ¿De verdad a un hombre le puede gustar estar interpretando siempre el rol de “macho” en que cualquier muestra de ternura le estaba proscrita? ¿De verdad hay alguien en su sano juicio que pueda anhelar algo así?

A mí la respuesta me parece obvia, como pienso que debería parecérselo a todo el mundo. Pero las redes sociales, y las calles, contradicen lo que parece evidente.

No hay más que irse a la playa para ver mujeres haciéndose cargo de niños, niñas, nevera portátil y filetes empanados mientras ellos se tuestan a sus anchas. No generalizo, y no son muchas, pero no debiera ser ninguna.

Y no hay más que asomarse a redes para pescar cuentas que, desde la cobardía del anonimato, cargan contra el feminismo y contra la lucha contra la violencia de género sin tener ni idea de lo que es una, ni otra. Sin admitir que, gracias a su trabajo, ya ninguna quedará estigmatizada por aquellas dos letras en su carné de identidad. Ni siquiera sus hijas.