Incluso recuerdo la pervivencia en el lenguaje popular de la palabra “republicano” empleada como insulto en tono de imprecación o reprimenda. Era un vocablo que, utilizado en tono peyorativo, aludía, en el lenguaje coloquial, a una increpación o reproche que significaba “desacato”, “insurrección”, perturbación del orden establecido.

Es curioso cómo mediante el adiestramiento ideológico se puede deformar el significado de una palabra hasta convertirla en su propio antónimo. Porque un republicano es simplemente un defensor de un sistema político, la República , que no es otra cosa que un sistema de gobierno legítimo basado en una constitución establecida como ley, y en la igualdad de los ciudadanos ante esa ley como garante de protección de los derechos humanos y civiles. El electorado, es decir, la voz de los ciudadanos, constituye la raíz última de su legitimidad y soberanía. Aunque república no es sinónimo exacto de democracia, es el sistema de gobierno que más la identifica y la representa.

Es curioso, decía, cómo se puede modelar la semántica de una palabra hasta hacerla evocar el significado contrario, porque precisamente en la España del 36 los que se rebelaron, desacataron la ley y perturbaron el orden legítimamente establecido no fueron los defensores de la República , sino los que se levantaron contra ella en armas y ejecutaron un golpe de Estado que contravenía el orden legítimo vigente.

Historiadores de prestigio reconocido internacionalmente coinciden en definir los tres años de la II República española como el período histórico en el que se llevaron a cabo los mayores avances democráticos de la historia española. Se hicieron importantes reformas agrarias  y educativas, se instauró la plena igualdad de todos los españoles, se consiguió el voto femenino y el sufragio universal, se constituyó la separación de Iglesia y Estado, amparando la libertad de culto en el ámbito privado pero garantizando la independencia del Estado del hecho religioso; es decir, se instauró una sociedad plural y democrática a la vez que se desarrollaron, en todos los ámbitos, los derechos sociales y humanos.

Leer la Constitución española de 1.931 es leer los preceptos que hoy en día rigen cualquier Estado de pleno derecho. La mala prensa que recayó sobre ella estaba motivada por la denigración que pretendían aquellos sectores ultra-conservadores y ultra-católicos, cuyo objetivo era restablecer el arcaico orden precedente que otorgaba el poder supremo al rey y al clero. La violencia que se vivió en aquellos años provenía de las convulsiones que azotaron al país cuando la derecha ultramontana pretendía refrenar los avances del nuevo régimen, derivando en una fortísima respuesta social que fue muy duramente reprimida. La violencia no la generó la República , sino los sectores consabidos que se oponían a ella.

El día 14 de abril se ha conmemorado el 80 aniversario de la proclamación de la II República española. Muchos españoles han expresado en la calle su adhesión al republicanismo. En universidades, asociaciones, ateneos de toda la geografía española se han  realizado actos de reconocimiento y de adhesión a la política y a la cultura de la segunda República española. Ser republicano es simplemente ser demócrata. Ser monárquico es muy respetable y muy lícito. Pero lo es igualmente adherirse a unas ideas políticas que no conciben a las sociedades modernas y democráticas sometidas a ninguna hegemonía derivada de una supuesta superioridad que provenga de la sangre o del poder divino.

Mientras una postura se basa en la supremacía de algunos sobre el resto, la republicana sustenta su ideario en el respeto a la libertad, la igualdad y la fraternidad entre todos los seres humanos. Porque, finalmente, como dijo Platón “el hombre sabio busca su propio bien buscando el bien de sus semejantes”, y el ignorante en lo contrario.

Coral Bravo es Doctora en Filología