Suena tópico, pero es y sigue siendo real. La justicia es la hermanita pobre de las administraciones públicas, vengan como vengan dadas. Siempre hay excusa para dejarnos atrás.

Esta vez ha sido con la convocatoria de plazas para el próximo año. En unos presupuestos que tiran con pólvora de rey en muchas cosas porque los fondos por la pandemia lo permiten, la justicia no es que se queda igual, es que pierde.

No es poca cosa. En un país donde la ratio de fiscales y de jueces es de las más bajas de Europa con diferencia, se anuncia una convocatoria que ni siquiera llega a lo que se había prometido. De las esperadas 240 pasamos a 200. O peor, a un “no más de 200” que todavía nos puede dar más disgustos.

Paralelamente, como si fuera una burla, se ofrece un pacto para renovar todas las instituciones, pero se excluye expresamente al Consejo General del Poder Judicial, que dos años en tiempo de descuento todavía les parecen poco.

Y es que, claro, en Justicia lo de la durabilidad es un valor, según parece. Dura y dura nuestro Consejo General, a pesar de que desde hace mucho vive de prestado. Pero más todavía dura nuestra ley de enjuiciamiento criminal, diseñada nada menos que en el siglo XIX, cuando no es que no hubiera ordenadores, es que ni siquiera había coches. Y también se ha aparcado su renovación. Por eso seguimos utilizando como si fuera lo normal, cosas como telegramas o faxes, a pesar de la cara de sorpresa que se le pone a cualquiera a quien, fuera de este mundo, se le diga.

Huelga decir que los medios materiales también duran y duran y por eso la digitalización no acaba de llegar. Y, aunque nos seamos de ciencias, podemos resolver la ecuación: menos personas con menos medios, menos resultados.  

El otro día veía cómo en una serie de televisión, con todo su despliegue de medios y actores famosos, los fallos en el modo de mostrar el funcionamiento de la justicia eran palmarios. Cualquier estudiante de primero de Derecho se hubiera dado cuenta de que el procedimiento no era el adecuado, y cualquier persona que hubiera asistido a un juicio en su vida sabe que aquí así no se hacen las cosas. Y, en realidad, era algo que podrían haber solucionado con una llamada a alguien que supiera de qué va el mundo de togas y puñetas. Ni siquiera les hubiera alterado el guion. Pero no se molestaron. ¿Por qué? Pues porque la justicia importa un pimiento. Tan cual.

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)