Miguel Montes Neiro lleva acumulados más de treinta y seis años de prisión. Y, ya oficialmente indultado, ni siquiera ha podido salir de ella en las fiestas de paz, amor y supuesta caridad cristiana. Y Miguel Montes Neiro nunca mató a nadie. Ni robó más que, si acaso, escasamente para subsistir. Ni amasó fortuna alguna, ni violó a nadie, ni abusó de ningún niño, ni contribuyó en modo alguno a dañar ninguna vida ajena. ni siquiera la suya propia; de eso se encargó muy bien el sistema, que hizo posible que una vida se perdiera tras los barrotes oscuros de la cerrazón sin motivos más palpables que ser hijo de un barrio pobre y de una familia sin voz ni medios para reclamar su dignidad y su libertad.

Montes Neiro conoció la cárcel por primera vez con tan sólo 16 años por un supuesto hurto que alguien denunció, y que, según su familia, era una sucia vendetta de un policía nacional, padre de un amigo a quien, jugando, golpeó involuntariamente cuando eran niños. Y, según cuentan, el padre no descansó hasta vengarse. Y, desde entonces, su vida se convirtió en una macabra noria que nunca dejó de girar alrededor de cárceles, intentos de fuga y pequeños altercados cuando, en la desesperación, intentaba escapar de su oscuro destino.

Mientras tanto, políticos corruptos continúan, tras ser sus delitos vox populi, detentando altos cargos en la gestión del Estado; mientras tanto, banqueros desalmados, que abusan groseramente, eso sí, con guante blanco, de la indefensión de la ciudadanía multiplican sus beneficios privados con dinero público. Mientras tanto, la Iglesia en España inmatricula en los registros de la propiedad miles de bienes de patrimonio municipal; mientras tanto, un yernísimo real evade presuntamente millonarias cantidades de dinero público, obtenido de manera irregular, a paraísos fiscales.

Montes Neiro es un ejemplo simbólico de la indefensión de los ciudadanos comunes. Es la hormiguita aplastada por el peso del dragón, en este caso, una víctima de una justicia que no es tal si no es equitativa, objetiva e igualitaria. La alusión real el día de Navidad a la equidad de la justicia en España se cae por su propio peso ante el solo ejemplo de este hombre que lleva toda su vida en la cárcel sin merecerlo.

Una amiga que trabaja como psicóloga en instituciones penitenciarias me ha dicho más de una vez que los mayores criminales están fuera de las cárceles. Que muchos de los que están dentro no son más que víctimas de ambientes marginales y vidas marcadas por la penuria y la miseria; que muchos de ellos y ellas son pobres gentes golpeadas por la dureza de sus vidas. Que no son más que el engañoso señuelo que mostrar a la sociedad para hacerle creer que está a salvo, que se castiga a los malvados y se protege a la gente que se atiene a las normas establecidas. Quizás la realidad sea distinta y, como decía Cervantes, nada sea lo que parece, también en el caso de la justicia.

Coral Bravo es Doctora en Filología