Hace unos días, exactamente el miércoles 30 de abril, viví una maravillosa sorpresa que nunca hubiera esperado. Se me ocurrió encender la televisión, aunque cada día me produce más rechazo ver televisión, porque, como es muy evidente, las privadas, junto a las redes sociales, se han convertido, a manos de las derechas, en una descarada herramienta de manipulación y de blanqueamiento de posturas políticas antidemocráticas. Pero me encontré, de repente, con la británica Joan Goodall, siendo entrevistada por David Broncano en La Revuelta.

¿Joan Goodall, seguramente la mujer más comprometida con el respeto a la vida natural del planeta, en un programa de televisión en España? ¿Jane Goodall, una mujer animalista, ecologista, empática hasta la médula y enormemente sensible y amorosa, en España, en este insensible país nuestro, torturador de animales, que llama fiesta nacional y bien de interés cultural a la tortura y asesinato de un bóvido indefenso? Pues sí. Allí estaba ella, con su maravillosa presencia, con su preciosa sensibilidad y su impactante sencillez, siguiendo el hilo humorístico y desenfadado del presentador, pero difundiendo con claridad su mensaje a España y al mundo, como hace de manera incansable, ya a sus 91 años.

Jane Goodall es uno de mis grandes referentes femeninos. Desde el primer día que supe de ella; cuando yo era una adolescente que ya tenía claro su rechazo al maltrato animal y su repulsa al ultraje a la naturaleza. Porque es uno de esos seres humanos sublimes y maravillosos que dedican su vida a amar y proteger a los más indefensos y vulnerables, y a mejorar el mundo. No con vacías y falsas palabras, sino de verdad. Primatóloga, etóloga, antropóloga, Goodall es ya una leyenda, una de esas eminencias que, por su humanidad y por la trascendencia de su trabajo y de su mensaje, continúa emocionando al mundo, y a cualquiera que tenga un mínimo de conciencia y de corazón.

Todos recordamos imágenes suyas maravillosas, absolutamente novedosas, porque, como ella misma dice, hace unas décadas no se aceptaba que se pudiera querer entender a las otras especies animales, ni que se luchara por protegerlas de la depredación humana, ni que se les tratara como a seres inteligentes, sensibles y sintientes. Imágenes como el abrazo lleno de ternura y agradecimiento de un primate al que soltó en la selva de Tanzania, tras ser cuidado para que no muriera; o imágenes de ella comunicándose con chimpancés en su peculiar lenguaje, que ella quiso aprender muy bien, o sentada con ellos, como si fuera una más de su especie, integrándose en sus hábitos y en su manera de entender la realidad.

Imposible narrar en pocas palabras la vida y los grandes méritos de esta mujer, tan grande como dulce y menuda. Su trabajo en Congo, Gombe, Tanzania revolucionó la comprensión de los primates, y de los humanos. A través del Instituto Joan Goodall, que fundó en 1977 empezó a promover la conservación de los hábitats de los chimpancés y otros animales, y a promover en el mundo la educación ambiental. Ha promocionado por todo el planeta los derechos humanos y animales, la conservación de la naturaleza y de los espacios naturales, y la protección del medio ambiente.

Hace 50 años que, a través de lo que evidenciaron sus investigaciones con los chimpancés, esta mujer desafió a las “verdades establecidas”, a los dogmas religiosos falsos, como el antropocentrismo, en los que se basan nuestras creencias, y a la comunidad científica convencional, demostrando que los animales tienen inteligencia, en algunos casos mucho mayor que la inteligencia humana; por ejemplo, los animales tienen una inmensa inteligencia ambiental, de la que los humanos carecemos. Ellos cuidan su entorno natural, los humanos le destruimos. Ha demostrado que los primates son casi lo mismo que los humanos, y que lo único que nos diferencia de ellos es el lenguaje; lo cual debería hacernos reflexionar y modificar nuestras creencias y convicciones, absolutamente influidas por esa ausencia de consideración moral a todos los seres vivos no humanos.

Su aportación científica es inmensa, y ha influido en casi todas las disciplinas humanas, como la biología, la zoología, la filosofía o la psicología. Sus aportaciones han sido fundamentales para nuevas escuelas psicológicas, humanistas y positivas. Ha reivindicado con fuerza la necesidad de aceptar la psicología animal, porque los primates y la mayor parte de especies animales muestran evidencias de inteligencia social, de emociones complejas y de una mente con tanta conciencia, o más que la humana. Sus investigaciones han dejado claro que son capaces de pensar de manera racional, tienen personalidad y poseen emociones exactamente iguales a los humanos, como alegría, amor, dolor o tristeza. Tienen conciencia, como quedó claro en la Declaración de Cambridge de 2012 sobre la conciencia animal. Yo diría que mucha más conciencia que una parte de seres humanos.

Gran defensora y difusora de la compasión, del amor a todos los seres vivos, de la empatía que se necesita para no creernos superiores, ni dioses ni amos del resto de especies, ella proclama una idea que me parece imprescindible en el mundo actual: “Si desconectamos el corazón, la sede del amor y la compasión, de nuestro cerebro, por muy sofisticado que sea, lo que surge es una criatura muy peligrosa. Y eso es lo que el ser humano es ahora mismo”. Excepto esa minoría de seres humanos extraordinarios que son como ella.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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