La gente constataba la impotencia gubernamental para impedir la catástrofe, para frenar el deslizamiento hacia el precipicio.

Los ciudadanos dieron el 20-N una esperanzada oportunidad a la alternativa política, al  candidato del Partido Popular, Mariano Rajoy.

Había calado su imagen de fuerza tranquila, la del hombre previsible, frente al tópico del gallego del que no se sabe si sube o baja. Una estimulante novedad frente a la errática improvisación del leonés.

La realidad rara vez confirma las expectativas pero no creo que nadie, ni el más imaginativo, ni el más agorero, ni el más cenizo pudiera imaginar entonces la situación en la que nos encontramos a los cien días de la formación del nuevo gobierno.

Si a algún comentarista se le hubiera ocurrido aventurar lo que está ocurriendo ahora habría caído en el ridículo más absoluto.

Mariano Rajoy está trocando aceleradamente su imagen de hombre tranquilo por la contraria: la del hombre huidizo que se escapa por los garajes.

Podemos constatar que sigue siendo previsible pero en sentido negativo. Ahora podemos prever que el presidente hará lo contrario de lo que proclama.

¿Quién hubiera podido imaginar que, después de tan vehementes oraciones recortaría 7.000 millones en Sanidad y 3.000 en Educación, a los pocos días de presentar los ya recortados Presupuestos Generales del Estado.

¿No había encontrado otros capítulos para guillotinar antes de tocar la sanidad española que es barata y eficiente, más  que la de los vecinos y de los extraños?

Me resisto a creer que en esta política se escondan postulados ideológicos que deriven la asistencia sanitaria hacia la beneficencia, pero a estas alturas no se puede excluir nada.

Todo presupuesto responde a una base ideológica, perfectamente legítima cuando se ha obtenido el voto popular, pero hay que constatar que a la selección desde una perspectiva conservadora se ha añadido una chapuza técnica sorprendente.

No solo son unos presupuestos regresivos sino confeccionados con ligereza, con una frivolidad impropia en personas competentes.

El trío de los ajustes que lleva en portada esta semana la revista El Siglo, Nadal, Montoro y Báñez, se ha limitado a cortar a troche y moche, un 20 por ciento aquí y un 30 allá, sin calibrar las consecuencias de cada recorte; no solo las sociales sino también las derivas económicas indeseables.

Tampoco era fácil de imaginar hace cien días el espectáculo al que estamos asistiendo de descoordinación gubernamental y entre miembros del Gobierno y del partido.

Y eso que Mariano Rajoy nos había asegurado que coordinaría personalmente la Comisión de Asuntos Económicos.

Debería empezar por coordinarse consigo mismo, aclararse, y luego explicarnos lo que pasa clarito y ordenadamente.

José García Abad es periodista y analista político