Que vaya por delante que no pretendo emular a Tolstoi ni en la cantidad ni en la calidad, pero no se me ocurría mejor título para expresar lo que me propongo expresar, así que le tomo prestada la frase. Espero que no le moleste, allá donde esté.

La cuestión es que de un tiempo a esta parte no dejamos de oír la palabra “guerra”, junto a todo tipo de evocaciones bélicas. Y da mucho miedo y mucha tristeza.

Recuerdo que, cuando era niña, la referencia a la guerra me sonaba como algo lejanísimo que, o bien sucedió aquí hace mucho tiempo, o bien sucedía a mucha distancia, tanto cultural como geográfica. Entonces, mi madre siempre decía eso de “a grandes distancias, grandes mentiras”. Y es que mi madre siempre ha sido una adelantada a su tiempo, y en el tema de las fake news y la desinformación no iba a ser menos. Algo así como los Simpson versión casera.

Ahora hace tiempo que no hay niñas pequeñas en mi casa, porque ni siquiera lo son ya mis hijas, pero si me preguntaran, no podría tranquilizarlas como hacía mi madre en su día. O no podría hacerlo sin mentirles, claro está, pero eso sería hacer trampa y no quiero ser tramposa.

Primero fue la guerra de Ucrania, que parecía que iba a ser una escaramuza de unos pocos días y que, tras más de un año, se ha convertido en una contienda de duración imprevisible. Ahora, esa tragedia que está ocurriendo en Gaza, y que ha dado lugar a un torrente de información de todo tipo y a opiniones para todos los gustos, o más bien para todos los disgustos.

Y no es que antes de eso no hubiera guerras. Al contrario, este planeta nuestro no ha dejado de tener conflictos bélicos acá y allá, pero pocas veces como ahora los sentimos tan cercanos, o nos lo hacen sentir así, por cercanía geográfica o cultural. Y lo peor de todo viene cuando los políticos de todo pelaje pretenden sacar rédito de su posicionamiento, o del del contrario.

Por desgracia, en las guerras todo el mundo sufre, incluso quienes las ganan. Cualquier guerra deja tras de sí una estela de sufrimiento, dolor, desolación y muerte que no respeta a nada ni a nadie. Y que se ceba siempre en los más vulnerables, sean del bando que sean.

Puede sonar naif, pero lo mejor de una guerra es que se acabe. Aunque habría algo todavía mejor, que no hubiera sucedido jamás. A ver si algún día lo aprendemos

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)