A raíz de los insultos racistas contra el jugador de fútbol Vinicius Junior, en la última semana hemos visto y oído toda clase de argumentaciones, excusas y desatinos sobre el racismo, el fútbol y nuestro país. No creo que España sea un lugar especialmente racista, por más que desde algunos sectores y partidos políticos, y más en campaña como estamos, se alienten discursos de odio que no deberían permitirse de ninguna de las maneras, y en las que la judicatura debería actuar de oficio desde hace años. Lo digo porque, en nuestro país, y mal que les pese a algunos, se han aprobado algunas de las leyes más progresistas del mundo con respecto a derechos civiles, empezando por los de los colectivos LGTBI+ que algunos pretenden derogar si llegan al poder. Digo esto porque, con todos mis respetos, cuando uno oye las declaraciones del presidente de Brasil, Lula da Silva sobre el racismo en España,  y alguno de sus ministros, exacerbados, hablan de intervenir fuera de sus fronteras en nuestro territorio, habría que recordarles que, a demás de saltarse el derecho y jurisprudencia internacional, en su maravilloso país están a la cabeza de la discriminación y los delitos de odio, en especial contra el colectivo Trans, con unas de las estadísticas de crímenes más altos del mundo por esta razón. Eso por no citar el asalto a sus sedes institucionales más importantes, con lo que lo de dar lecciones de democracia, mejor en otro momento, cuando hayan solucionado sus problemillas internos. No digo que no haya que estar atentos. Los derechos cuestan muchos años en conseguirse, y algunos pretenden derogarlos nada más llegar al poder, pero no creo, sinceramente, que esto sea un problema nacional, sino de la repugnante idiosincrasia e identidad del fútbol.

El fútbol es, digámoslo a las claras, un deporte machista, homófobo, corrupto en sus instituciones, opaco en sus negocios, y abonado a una masculinidad arcaica, tóxica e interesada. Si no fuera así, no habríamos tenido ese sospechoso y vergonzante mundial en Catar donde tan indignados presidentes de los clubes han sacado un dineral. El Mundo del fútbol es un universo al margen del mundo, y de la ley, según parece. Eso sí, hay que reñir a los jugadores y equipos que lucían brazaletes en apoyo del colectivo LGTBI+ y de las mujeres, porque el fútbol no debe ser politizado, dicen, y se quedan tan panchos. Si algo es el fútbol, hace mucho, es política y negocio. Por eso no se atreven a tocarlo. Todas sus organizaciones trufan de corrupción sociedad, empresas, banca y medios de comunicación. Ya pasó también con la UEFA. El racismo y la homofobia institucional no es, desgraciadamente, una realidad nueva, aunque pensábamos que había quedado reducida a los infiernos de regímenes dictatoriales o subdesarrollados. Ejemplos como en el que se mira Orbán, la Rusia de Putin, nos devuelve una realidad más perversa. También que instituciones corruptas y multimillonarias, como la UEFA, que ha sido investigada en múltiples ocasiones por tramas de corrupción económica, tráfico de influencias, tratos de favor y negocios turbios, como los procesos abiertos por el gobierno suizo en 2011 por corruptelas varias de esta institución, se alinearan con la homofobia de Hungría, en vez de con los derechos humanos.  Es muy significativo que la UEFA se negara a iluminar el estadio de Munich contra la homofobia, argumentando que era una cuestión política, y no de respeto por derechos humanos que es lo que es, y estuviera a punto de sancionar al portero de la selección alemana Manuel Neuer por portar en solidaridad un brazalete arco iris; deja claro cómo desde la UEFA, como la FIFA en Catar,  están de parte de la homofobia institucionalizada, que no sólo no condenan, sino que además apoyan, tácitamente y ejercen. Si Neuer no fue sancionado fue, sencillamente, porque la repugnante actitud de la UEFA generó una marea arcoíris en contra. Debe ser esta una de las razones por las que no existan gays en el fútbol; no abiertamente. Por cierto, el ahora concienciadísimo presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, no decía nada cuando los suyos proferían insultos homófobos contra Pep Guardiola y su presunta orientación sexual, cosa que está, por cierto, como la de cualquier ciudadano, protegida constitucionalmente, sea o no lo que quiera, quiera o no manifestarlo.

Queda claro que, al contrario de lo que debiera, la UEFA y la FIFA no defiende los valores deportivos de sana competencia y superación, que debiera estar en el fútbol como deporte, ni los Derechos Humanos, sino los intereses económicos ocultos, machistas, racistas y homófobos de una élite en la sombra. Ha pasado casi inadvertido el asunto de que la exestrella del Real Madrid Cristiano Ronaldo asumiera haber cometido cuatro delitos fiscales y tuviese que pagar casi diecinueve millones de euros. Si los asumió no fue por un acto de arrepentimiento, ni de contrición, sino porque así, se ahorraba entrar en la cárcel. Destacó con su soberbia habitual, como cuando fue llamado a declarar y declaró ante la juez que “estaba en el banquillo porque era Cristiano Ronaldo, era guapo, rico, y la gente le envidiaba”. Por mucho menos otros, incluidos Urdangarín o la cantante Isabel Pantoja, han pasado por la cárcel. Tampoco pasó Leo Messi, con lo que uno, desafortunadamente, asume que hay una doctrina Infanta y una doctrina Futbolista, aunque, puede ser, que sea la misma. Todo lo sucedido con Vinícius Junior me parece repugnante, incluso el hecho de que al retirarle la tarjeta roja, después de haber sido insultado y agredido por otro jugador, algunos lo hayan criticado. Vuelve a ser una doble victimización racista. Es como si cuando insultan, agreden o violan a una mujer, o cuando insultan agreden o matan a un gay, como en el caso de Samuel Luyz, se recrimine que se defiendan. Es decir, que para el credo futbolero, las mujeres, los negros y los gays, tiene que aguantar insultos, agresiones, vejaciones, y no quejarse, quedarse calladitos, que para eso mandan “los machos”. Los que deberían callar son los que promulgan estos valores, pero, no nos engañemos, hasta que los equipos y clubes no empiecen a pagar sanciones millonarias, se cierren campos por una temporada, pierdan partidos de oficio por estas cuestiones, y todos los cafres que actúan de esta manera no vayan directamente a la cárcel y luego se juzguen, todo seguirá igual. Yo también me pongo la camiseta con el nombre de Vinícius, y hace años que no veo un partido por machismo, homofobia, racismo, y repugnancia ante la soberbia de sus equipos y jugadores, además de las oscuras maquinaciones económicas, pero nada va a cambiar. Fútbol y discriminación van unidos. Eso es una realidad, como que no va a haber institución, juez, ni gobierno nacional o internacional, que se atreva a investigar de verdad a los clubes y sus actores, y hacerles respetar la ley y los derechos humanos.