Joe Biden ya es, oficialmente, el presidente electo de los EEUU. Esto corrige en las urnas una anomalía democrática, una broma de mal gusto como fue ver a Donald Trump convertir la Casa Blanca y todas las instituciones de una superpotencia en el plató de su propio reality show. Trump, que encarna todos los vicios y características de los líderes de la era de la posverdad, ha hecho de la “mentira emotiva”, y de las puestas en escena, una manera de ser y estar en el mundo, y de deshacer consensos, bloques, ideales, el interés general, y el de sus propios ciudadanos, por mucho que su manido eslogan fuera “America first”, “América primero”. Esta metonimia muy de supremacista blanco, que toma una parte de América por el todo, manifiesta un infantilismo intelectual peligroso, fundamentado en la soberbia, la inmadurez e ideales más propios de un niño malcriado que de un adulto maduro que gobierna los designios de millones de almas.

En esta línea, el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no cesa de hacer incendiarias declaraciones, asegurando que se ha cometido fraude en las elecciones de Estados Unidos. Por otra parte, el republicano ha concluido su última intervención asegurando que piensa llevar el caso al Tribunal Supremo del país: “Están tratando de robar las elecciones. No se lo permitiremos. Esto es un fraude y una vergüenza. Hemos ganado estas elecciones. Vamos a acudir al Supremo”. En el mismo mensaje, Trump proclamó que “no se pueden emitir votos después de que hayan cerrado las urnas”, en lo que parece tratarse de una nueva queja sobre el sistema de votación, no refrendada hasta el momento por tribunal alguno. La afirmación es, una vez más, una falacia enardecida del republicano, al que no le importan las garantías legales del sistema de votación estadounidense, ni sus instituciones, ni ahondar en la brecha que en los años de su mandato ha profundizado con su actitud, sus políticas y sus desmanes, dividiendo un país en el que todos se sentían unidos bajo ideales y bandera, al margen, cambiante, a menudo, de sus preferencias políticas. En el momento de esas afirmaciones mediante sus redes sociales, Twitter ha efectuado un aviso de amonestación al contenido del mensaje: “Alguna parte o todo el contenido compartido en este Tweet ha sido objetado y puede ser engañoso respecto de cómo participar en una elección u otro proceso cívico”. Forma demasiado suave para lo que constituye un contenido falso que, en otras circunstancias y a otros usuarios, por menos, les habría costado el cierre de la cuenta.

Líderes del Partido Republicano, entre ellos los poderosos senadores Mitch McConnell y el senador por Florida Marco Rubio, se han mantenido al margen de las acusaciones de fraude del presidente Trump y defendieron en cambio el conteo de los votos. McConnell, que es el líder de la mayoría republicana en el Senado y uno de los aliados, hasta ahora, de Trump, salió al paso de las afirmaciones del gobernante y admitió que aunque este año hay un mayor número de estados con votaciones anticipadas y por correo (más de cien millones de votos en total), los candidatos deben adaptarse “a las reglas de cada estado. Afirmar que ganó las elecciones es diferente a terminar el conteo”, declaró a los periodistas McConnell, quien dijo que “la decisión de los estados sobre cómo llevar a cabo la elección no es asunto del gobierno federal”. “Tomarse días para contar los votos emitidos legalmente no es fraude”, escribió por su parte el senador hispano republicano Marco Rubio en su cuenta de Twitter. La soledad de Trump es la del mal perdedor, la de la caricatura del monarca absoluto que no quiere ver la realidad, o la del aspirante a dictador que cree que en una ciega e irreal posesión de la verdad. Trump cree que encarna todas las esencias y paradigmas de la verdad y el poder. Una suerte de designación divina, propia de los locos, que siempre han llevado a los pueblos a los mayores desastres de nuestra historia. Hitler también llegó al poder con el voto democrático de la gente. El problema es que luego no quiso perderlo, al precio que fuera. Los únicos que acompañan a Donald Trump en este intermedio paranormal en la historia de la democracia estadounidense, son los radicales nostálgicos del Ku Klux KLan, los supremacistas blancos, y los Proud Boys que encarnan todos los peores ideales de machismos, racismo, homofobia y belicismo de su país. Hace unas semanas, algunos congresistas y senadores norteamericanos plantearon la posibilidad de someter a Trump a una evaluación médica y psicológica para valorar si, las secuelas y la medicación suministrada para tratar la infección de Covid le habían afectado la capacidad intelectual y de raciocinio. No se engañen, ningún virus ni medicación puede afectar lo que no se ha tenido nunca. En su adiós, Trump va a intentar terminar de ahondar la herida entre americanos que ya infligió con su mandato y políticas, y deslegitimar las instituciones de su país. Al nuevo presidente Biden le toca, para empezar, remendar esas heridas, que no es poca tarea.