Llega, por vacunar, o vacunados a medias, el día del Libro y sus ferias. Fenómenos netamente hispanos que se han ido exportando a otras latitudes con el gozoso reunirse alrededor de la lengua y la creación literaria. Uno más anómalo, en este año largo de Pandemia que, también en esto, se parece a una de esas distopías que se encuentran en las páginas, que creíamos de ficción de la narrativa. Digo anómalo porque, si el año pasado hubo que anularlo, tristemente, en todos sitios, en este estamos sincopados con las decisiones, arbitrarias, de unas y otras regiones. Si en ciudades como Zaragoza o Sevilla se mantiene la Feria del Libro de manera presencial, en Benalmádena se festeja de manera virtual, en otros lugares se ha vuelto a optar por su anulación o por posponerla, como en el caso de la Feria del Libro de Madrid, la más importante junto con el Día de Sant Jordi en Barcelona para el sector del libro. Madrid traslada su celebración para septiembre, del 10 al 26 de septiembre cuando, los dioses y las industrias farmacéuticas cumplan previo pago, hayan suministrado las necesarias dosis para estar un poco más a salvo.  

En este síncope literario vivimos, aunque hay que celebrar que la pandemia y los confinamientos han aumentado el hábito lector y que, según los libreros, se han incrementado las ventas casi un 60%, en especial los libros de fondo y los clásicos. Para los que amamos la palabra y nos dedicamos, con mejor o peor fortuna, al oficio de plasmarla por escrito, el 23 de abril, es sin duda un día grande y a festejar siempre. Tradicionalísima fiesta, además, en algunos lugares como Aragón y Cataluña y, de forma especial en Barcelona, la festividad de Sant Jordi aúna santo patrono, festividades regionales, tradiciones arraigadas, y la celebración del libro. En España es una tradición tan potente y asentada que, aunque se trató de copiar en NY, no ha tenido el calado que en Madrid o Barcelona, y es sólo comparable con el amor que se le profesa a la literatura y el fenómeno que suponen en México, en especial en la ciudad de Guadalajara y su Feria del Libro. Irónico resulta pensar que se festejan las defunciones gloriosas de Miguel de Cervantes, el Inca Garcilaso y William Shakespeare, justo en un año en el que, entre las muchas anomalías ocasionadas por la Pandemia del Covid19 y el estado de Alarma, no se podrán celebrar los actos oficiales ni oficiosos al respecto. Celebrar los días del fallecimiento de figuras cuyas letras están hoy más vivas que en vidas de sus autores. Seguramente ellos habrían sabido sacar punta de las circunstancias, plenos de talento e ironía y, a nosotros, sin tanta altura, nos toca hacer lo mismo, o intentarlo.

En la reivindicación, entre restricciones, virtualidades, síncopas y demás rarezas, reclamar que se tomen medidas reales de protección del sector y sus actores protagonistas. Un sector menospreciado, que genera riqueza y, sobre todo diversidad y pensamiento. Un mundo necesario, cada vez más, en una sociedad obligada a meterse hacia a dentro, donde el pensamiento de los otros puede hacernos reflexionar sobre el mundo y nosotros. A nuestras agotadas democracias les vendría bien nutrirse un poco más de pensamiento y emociones, de conocimiento, por no hablar de los dirigentes políticos que, casi a diario, debatan o no, estén en campaña o no, les da por darles patadas al diccionario, o a tirárselo al contrario sin más. Las sociedades humanizadas, rehumanizadas por el conocimiento son, siempre, más avanzadas. La tecnología sin criterio no es más que un juguete caro y, a menudo, peligroso.  Déjenme recordar, al respecto, el pensamiento de una mujer filósofa, malagueña, exiliada por la sinrazón, María Zambrano, cuyo nacimiento, por no celebrar más muertes, es la víspera del día del libro, que escribió: “Si se hubiera de definir la democracia, podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona”. Exijamos ser personas. Exijamos cultura y educación por una sociedad más humana, más viva y democrática, hagamos nuestro el pensamiento de María zambrano el del malogrado y genial Federico García Lorca, cuando, en la inauguración de una biblioteca dijo: “si tuviera hambre o estuviera desvalido en la calle no pediría pan; sino que pediría medio pan y un libro”. Los libros alimentan nuestra alma y, eso, nos hace personas.