¿Fue una tardanza calculada? Pedro Sánchez es protagonista hoy de la Fiesta Nacional. Llegar tarde, haciendo de menos al Rey, ha tenido muchas reacciones políticas y mediáticas, pero ninguna como esta: Pedro Sánchez quiso ser protagonista y hacer un guiño a la izquierda: El pueblo hace esperar al rey.

En el Día de la Hispanidad, la gran polémica fueron los cincuenta segundos de retraso de Pedro Sánchez y su consecuencia: el Jefe del Estado tuvo que esperar al Jefe de Gobierno dentro de un coche. Muchos analistas lo achacan a un error humano, algo que le puede pasar a todo el mundo, un fallo en el protocolo; pero otros muchos defienden que el presidente llegó tarde para tratar de evitar los abucheos. Aun pudiendo compartir esta última hipótesis, en mi opinión, lo de ayer de Sánchez entraña una estrategia que va mucho más allá de intentar eludir los pitos.

Tengo claro que la excusa de que él salió de la Moncloa cuando le avisaron no es más que un parche, y quienes le compran la coartada deben no conocer las estrictas pautas y la precisión milimétrica que se despacha en la presidencia del gobierno. Estoy seguro de que hoy, más de un escolta, estará bastante enfadado al tener que tragar que la culpa de la tardanza ha sido de ellos.

No, lo de ayer no fue una casualidad. No, lo de ayer no es baladí. Lo de ayer no es más que una performance completamente estudiada y preparada, la enésima voltereta marketiniana de un presidente entregado a la publicidad. Sin embargo, creo que podemos afinar y ahondar un poco más en lo que pretendía comunicar el presidente con su gesto de cara a la galería. Sánchez ayer midió para hacer esperar al rey el tiempo exacto para que pudiera parecer un error y que todo el mundo lo supiera.

Este desplante está motivado por dos grandes intereses. En primer lugar, lo hizo para guiñarle un ojo a esa izquierda republicana que linda y coquetea con Yolanda Díaz y para la que Podemos ha dejado de ser una opción útil. Les quiso dejar claro que ahí estaba su presidente, el que es capaz de dejarle claro a ese tipo al que nadie ha votado que su tiempo vale menos que el suyo. La segunda razón es aún más sencilla: asegurarse el protagonismo. Díganme de qué se hablaba esta mañana cuando han encendido la radio, qué fue ayer el principal tema de discusión de Twitter, cuantas columnas, esta incluida, han leído hoy sobre lo mismo. Puede que hasta incluso se haya escuchado alguna conversación en el metro. Sánchez, ayer, con su estrategia, consiguió colocarse en el foco mediático y que se hable de un tema que le interesa: él es capaz de hacer esperar al rey. No es que tratara de evitar los pitos, es que intentó solaparlos a través de la polémica y de la provocación.

Pero la estrategia, ni mucho menos acaba aquí. El presidente ayer sacó la muleta y citó al toro de lejos, envió invitaciones para reeditar un baile que hace tiempo no solo le divirtió sino que además le funcionó, retó a subirse de nuevo al ring a un púgil al que él en su día le dio la oportunidad de presentarse en el Madison Square Garden. Y funcionó, el toro ha embestido esta mañana con gusto. Santiago Abascal y los suyos han subido la apuesta y han decidido reclamar su parte del pastel y contribuir al espectáculo llegando tarde al hemiciclo e irrumpiendo mientras el propio Sánchez comparecía.

En menos de 24 horas, dos partidos orinando sobre las instituciones, dos partidos jugando a la política, ejerciéndola con un palillo entre los dientes y el codo apoyado en la barra. Pero sí, señores, esto es así. El PSOE y VOX se retroalimentan y en las últimas horas nos han dejado el mejor ejemplo visual. Sánchez y Abascal se buscan cuando se necesitan, de esa confrontación, pactada tácitamente, siempre sacan rédito. Uno ha mandado un mensaje a los republicanos, otro a los monárquicos más exaltados, los dos ganan. La estrategia es clara, Sánchez ha visto que pisar la calle no es buena idea, lo de «El Gobierno de la Gente», va a quedar en eso, en un amago. Por eso, ha desempolvado la vieja estrategia de tratar de hacer de menos al PP confrontando con Vox, va a volver al relato del gran estadista europeo que es capaz de frenar a la ultraderecha. Pero cuidado, Pedro, que a lo mejor esta vez no funciona. Vox ya no es el partido nuevo, dinámico y rompedor de antes, ahora Vox es un partido en la crisis de los 40, con vendettas, fracturas internas y hemorragias. Y, sobre todo, Alberto Núñez Feijóo no es ese Pablo Casado que iba también a embestir cada vez que ponías la muleta. Feijóo es un tipo que ayer en los corrillos del Palacio Real decidió quitarle hierro a la impuntualidad. Cuidado con los volantazos y los giros de guion, que hay veces que uno llega tarde y otras en las que ni siquiera llega.