España encadena récord tras récord económico en un momento en el que muchas economías europeas se ralentizan. Mientras Alemania entra en fases de estancamiento y Francia modera su crecimiento, nuestro país avanza. El PIB aumentó un 0,6% en el tercer trimestre y un 2,8% respecto al año anterior, consolidando a España como la economía desarrollada que más crece. Esto no es casualidad: es el resultado de una estrategia definida desde el Gobierno de Pedro Sánchez, basada en la defensa del empleo, la recuperación de derechos y la apuesta por la inversión pública y privada como motor de estabilidad.

A esto se suma una evolución histórica en el empleo. La última EPA, junto con los datos de afiliación a la Seguridad Social del mes de octubre, confirma una tendencia contundente: hay más de 22,4 millones de personas trabajando, la cifra más alta desde que existen registros. La temporalidad se ha desplomado. El empleo indefinido se ha disparado. Y los hogares con todos sus miembros en paro están en su nivel más bajo desde 2008. No hablamos solo de números: hablamos de estabilidad, de dignidad laboral y de futuro para millones de familias.

España lleva nueve trimestres consecutivos con un crecimiento sólido. Durante el año pasado no se bajó del 0,7% trimestral y ahora se mantiene un ritmo estable que resiste incluso a los shocks externos que están afectando a toda Europa. El FMI sitúa el crecimiento previsto para este año en torno al 2,9%. Otros organismos lo colocan incluso algo por encima. España lidera. España avanza. España resiste.

Este avance se sostiene en un factor clave: la demanda interna. El consumo de los hogares creció un 1,2% en el tercer trimestre gracias al aumento del poder adquisitivo y a la mejora en las condiciones laborales. La inversión sube un 1,7%, especialmente en innovación y desarrollo intelectual. Es decir, no estamos ante un crecimiento puramente coyuntural o estacional: estamos ante una economía que se está transformando.

Y esto ha ocurrido porque el Gobierno de Pedro Sánchez ha puesto el foco en la gente. No en las grandes fortunas. No en la precariedad como norma. No en la competitividad por la vía de bajar salarios.

La reforma laboral ha marcado un antes y un después. Feijóo y la derecha anunciaron que destruiría millones de empleos. Abascal llegó a hablar de “ruina nacional”. Los mismos que durante años defendieron un modelo basado en contratos basura, sueldos de miseria y jóvenes encadenando becas y prácticas eternas, aseguraron que devolver derechos era un “suicidio económico”. La realidad, una vez más, demuestra lo contrario.

Desde la aprobación de la reforma laboral, más de cuatro millones de personas han pasado a tener un contrato indefinido. La temporalidad, que en 2018 superaba el 30%, se sitúa ahora por debajo del 13%. Es una transformación estructural. Profunda. Histórica.

Tener un contrato estable permite planificar la vida. Permite alquilar sin miedo. Permite pensar en tener hijos. Permite vivir sin la angustia de no saber si el mes siguiente habrá trabajo. Esa es la verdadera libertad: la libertad de vivir sin miedo.

Los datos de octubre son especialmente significativos. Se sumaron 141.926 afiliados a la Seguridad Social en un mes que tradicionalmente destruía empleo. Esto rompe una tendencia de décadas. Y no es solo cantidad, es calidad: aumentan los días cotizados y las horas trabajadas.

La población activa supera por primera vez los 25 millones de personas. La gente quiere trabajar porque siente que hay oportunidades. Los hogares con todos sus miembros en paro bajan a niveles mínimos desde la crisis financiera. Este país, que durante años vio partir a su juventud hacia Alemania o Reino Unido, empieza a ofrecer razones para quedarse.

¿Y qué respuesta ofrece Feijóo? La misma de siempre: negar la realidad. El líder del Partido Popular lleva meses repitiendo que España está “al borde del colapso”. Dice que no hay empleo. Dice que los jóvenes no tienen futuro. Dice que la economía se hunde. Lo dice incluso el mismo día que se publican los datos que le contradicen.

No es una cuestión de opinión. Es una cuestión de hechos. Feijóo miente deliberadamente porque su estrategia depende de generar desánimo. Necesita un país triste, derrotado y cabizbajo para justificar las políticas que quiere aplicar: recortes, precarización y privatización. Y lo peor no es que mienta. Lo peor es que sabe que miente.

Abascal, por su parte, juega otro papel: el del agitador. Habla de “apocalipsis económico” y de “saqueo a los trabajadores”. Pero vota sistemáticamente en contra de la subida del salario mínimo. En contra de limitar los alquileres abusivos. En contra de reforzar los servicios públicos.

Vox construye su discurso sobre la idea de que España es un país condenado. Sin embargo, cada indicador demuestra lo contrario. Abascal grita, insulta, provoca. Pero detrás de su discurso no hay modelo económico. Solo hay resentimiento, ruido y un proyecto de país basado en la desigualdad.

España avanza a pesar del ruido. A pesar de la crispación. A pesar de quienes hacen de la mentira una herramienta política cotidiana. Avanza porque hay un Gobierno que ha apostado por lo esencial: proteger el empleo, aumentar salarios, reforzar derechos y garantizar estabilidad.

Claro que queda mucho por hacer. El acceso a la vivienda sigue siendo el gran desafío pendiente. La especulación inmobiliaria sigue amenazando la mejora en el poder adquisitivo. Pero hoy España afronta ese reto con una economía más fuerte, una sociedad más protegida y una ciudadanía con más capacidad para exigir soluciones reales.

En definitiva: España lidera el crecimiento europeo. Crea empleo de calidad. Reduce la precariedad. Mejora la vida de millones de familias. No es un milagro. No es casualidad. Es política pública. Es voluntad. Es proyecto. Y eso es lo que la derecha no soporta: que se puede gobernar para la mayoría y que funcione.

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