Se cumplen cuatro décadas de la autonomía andaluza, en el triste azar de un gobierno tripartito que blanquea a la ultraderecha de VOX, que recorta en derechos sociales sanitarios y educativos, anteponiendo lo privado a lo público, y discutiendo temas que eran de consenso democrático como la violencia de género, la igualdad o la diversidad afectivo-sexual. Estos son los bueyes con los que nos toca arar la conmemoración del cuarenta aniversario de la  Comunidad Autónoma de Andalucía, y no está mal recordar, para no olvidar, y estar pendientes del pasado para que no vuelvan a sustraérsenos derechos en el inmediato presente y en el futuro. Lo digo porque, en una efeméride de tanto relieve, la jauría andaluza de Santiago Abascal, con su portavoz en San Telmo, Alejandro Hernández,  no ha perdido la ocasión de seguir rompiendo consensos, como el de Blas Infante como padre de la patria andaluza, y para afirmar su voluntad decidida de acabar con las autonomías, en especial con la andaluza, que consideran “un apaño”.   Lo que no tiene sentido, una vez más, es que mientras pretenden dinamitar desde dentro la autonomía andaluza, sigan comiendo de ella, y condicionándola, gracias a la inestimable ayuda de CS y PP, que han hecho de la necesidad de VOX para arrebatarle al PSOE una comunidad, en la que fueron de nuevo la fuerza más votada, el pecado y la penitencia de todos los andaluces.

Para los que quieran oír, y obrar en consecuencia, en vez de quedarse en su casa sin votar y darle alas a los fascistas, como pasó en los últimos comicios autonómicos, recordar lo que España y el sistema autonómico de nuestra democracia, que pone en cuestión VOX, le debe a Andalucía. Mucho se ha contado sobre la oposición de los no demócratas, e incluso de la UCD entonces, para que, durante la transición, sólo fueran reconocidas las 3 llamadas  “Comunidades Históricas”. Fue la oposición y la movilización de millones de andaluces lo que consiguió que, no sólo Andalucía, sino el resto de las autonomías que hoy conocemos, consiguieran el mismo trato en la Constitución democrática y en la administración del Estado.

Mucho se ha escrito sobre el proceso autonómico andaluz, y su intento de ser considerada autonomía “por la vía rápida del artículo 151”, proceso fallido por la falta de apoyo mayoritario en la provincia de Almería, a lo que se aferra VOX  para deslegitimar el proceso autonómico andaluz, mayoría que era necesaria para su aprobación en todas las provincias. De los movimientos políticos y sus figuras, con un muy potente entonces Partido Andalucista, ya desaparecido, y un importante Partido Comunista recién legalizado, además del Partido Socialista Andaluz, se ha escrito mucho. Poco se habla, sin embargo, de la importantísima labor que hicieron los intelectuales, escritores, pintores, cantantes, y artistas andaluces en Madrid para conseguirlo y movilizar a los andaluces, haciéndolos visibles en la capital. Mucho de esto sabe Rafael Escuredo, primer presidente electo de la Junta de Andalucía, felizmente premiado con la Medalla de Oro de Andalucía en su cuarenta aniversario. Dicho sea de paso que los socialistas andaluces estaban, y siguen estando en deuda con él, y no siempre han sido ni son lo agradecidos y respetuosos que debieran. Digo que mucho de esto sabe el presidente Escuredo y su vicepresidente y sucesor, José Rodríguez de la Borbolla,  porque él conoció bien la movilización del Instituto Cultural Andaluz, fundado en Madrid en la transición, y que, alrededor del editor, pintor y escritor granadino Paco Izquierdo, y que se reunía en la Casa de Cádiz de Madrid, en la calle Piamonte 12, aglutinó el sentir de la patria andaluza y de sus referentes artísticos e intelectuales en el país. Fue desde este Instituto, desde donde se organizó la serie de autobuses que desde Madrid a Granada movilizaron a millones de andaluces en una manifestación sin precedentes, que hizo replantearse, tras el referéndum, la entrada de Andalucía en el sistema de las  autonomías, y la creación del actual sistema autonómico andaluz. Entre los participantes, Miguel Ríos, Luis Rosales, Rafael Montesinos, Emma Penella, Antonio Hernández, Carlos Cano, José Infante, en unas movilizaciones, tanto en Madrid, en la plaza de Santa Ana, como en la caravana de autobuses y posterior manifestación de Granada, a la que se sumaron figuras no andaluzas como Serrat. Hubo incluso un cisma entre la UCD granadina y la nacional, pues los andaluces se enfrentaron a la opinión del partido a nivel estatal, lo que provocó que, y esto lo desconoce mucha gente, Carmen Díaz de Rivera, ayudara en la sombra a los granadinos, e incluso colaborase en la movilización y organización de autobuses para la manifestación de Granada el 4 de diciembre de 1977, que visibilizó la aspiración de millones de andaluces. La determinación de esta política, fundamental en el juego de la transición española, fue determinante en el cambio de postura respecto a las aspiraciones de los andaluces y, luego, del resto de las regiones, de Adolfo Suárez.

Cuando se hacen tantas bromas baratas sobre los andaluces, cuando se vuelve a debatir por parte de cierto partido reaccionario y antidemocrático y sus socios el valor de las autonomías, es necesario volver a recordar nuestra historia, y lo que la democracia española le debe a Andalucía y a los suyos. No sólo dinero, que también, pero que otros se embarren en el discurso de la deuda histórica económica y sus comparativas. Hablo de lo que nuestra Constitución, nuestra Democracia, nuestro sistema, ahora en cuestión desde muchos flancos que quieren demolerlo, le debe a Andalucía, y a un puñado de hombres y mujeres que con ilusión, compromiso y talento, se pusieron al servicio de Andalucía, y de la transición democrática de nuestro país. Hombres y mujeres premiados ahora en la figura de Rafael Escuredo, e injustamente olvidados, en el engranaje ingrato del olvido contemporáneo. Como recitó en la manifestación de Granada del 77 el poeta y Premio Nacional de Poesía, Antonio Hernández: “Si digo Andalucía/ estoy diciendo el nombre de mi patria”