Pues ya está, lo que algunos llevamos intuyendo desde el mes de mayo, se ha confirmado. Nos llevan otra vez a votar para ver si esta vez hacen caso de lo que supuestamente les decimos.

Esto es todo un despropósito de gigantes dimensiones.

Por un lado, porque yo ya a estas alturas estoy absolutamente harta: y si lo estoy yo, que soy una apasionada de la política, que tengo vocación por la cosa pública y siempre he defendido la acción y el compromiso, cómo van a estar los millones de personas a los que esto de la gestión del bien común les da lo mismo. Han conseguido ponernos más o menos en el mismo bando: me declaro una más de tantas que ya ha llegado a su punto de hartazgo máximo. Aunque quizás lo prudente sea no poner límites, puesto que esta clase política ha sido capaz de rebasarlos todos. Todavía puedo estar más harta, seguro.

No sé si me fastidia más el pastizal que se están gastando cada vez que repiten elecciones (llevamos más de 500 millones de euros gastados desde 2015), o si me revientan los fallos en el sistema por los que cientos de miles de votos no llegan a las urnas, o si me desquicia el cachondeo que hubo con la publicación de los datos y las sombras que se ciernen sobre INDRA. De verdad que ya no lo sé.

Observar a estos dirigentes políticos me irrita. Porque yo siempre tiendo a pensar que nos faltan datos suficientes para entender todas sus jugadas. Y seguramente así sea en muchas ocasiones. Sin embargo, empiezo a estar ya tristemente convencida de que no hay más cera que la que arde, que son tan ineptos como parece y que realmente estamos en manos de auténticos incapaces.

Escuchar sus discursos, verlos absolutamente impávidos, echando carreras y pulsos entre ellos importándoles bien poco lo que tenemos que decir los millones de personas cuyos intereses no está administrando nadie. Esta manera de destrozar la democracia, de romper la baraja si no salen las cartas que les gustan, esta burda manera de manipularnos y de romper nuestra confianza en cualquiera que diga que quiere trabajar para nosotros.

Han conseguido ponernos más o menos en el mismo bando: me declaro una más de tantas que ya ha llegado a su punto de hartazgo máximo

Van a tener que pedir un crédito de 140 millones para todos los gastos que ocasiona repetir los comicios. Eso sin contar con los gastos en campaña y las subvenciones a los partidos. Eso lo hacen en un país que tiene gente por debajo del umbral de la pobreza, que tiene serios problemas de desempleo, que todavía no se ha recuperado de una crisis y va de cabeza a la siguiente.

Se veía venir: estaba bastante claro que ni Pedro, ni Pablo, ni el otro Pablo, ni Albert iban a ser capaces de resolver esto. Cuatro "machotes" encantados de haberse conocido, con más ego que espalda, con menos empatía que una piedra, dopados de testosterona. Se han tomado esto casi como una pelea personal, queriendo demostrar quién es capaz de aguantar más mientras nos llevan a todos al precipicio. Muy bien: ya lo han conseguido. Nos tienen donde querían: aburridos, cabreados, hastiados, angustiados, desmoralizados, sin creer en la democracia, sin creer en ellos y pensando que esto no hay manera de solucionarlo porque no tenemos los mimbres necesarios para hacer ningún cesto.

Bien: los que urdieron este plan hace unos seis años deben estar ahora frotándose las manos. Han conseguido colocar a una casta política absolutamente infantil, ególatra y sin altura de miras. Lo cocinaron bien en las tertulias de la tele, y ahora aquí les tienen. No será porque no lo hemos dicho, y llevamos seis años avisando a navegantes.

¿Nos va quedando claro quién manda aquí? Una pista: usted y yo no pintamos nada y hagamos lo que hagamos mucho me temo que dará lo mismo. Eso sí, no se olvide de pagar sus impuestos que, si no, no habrá de dónde sacar para malgastarlos.