Como todos los veranos, las denuncias por ruido se multiplican por mucho en la ciudad cuando el calor no remite por la noche y nos obliga a dormir con las ventanas abiertas. Pero ¿a qué llamamos ruido?

En términos generales se considera como silencio un nivel de ruido inferior a los 10 decibelios (que es la unidad de medida del sonido y se expresa como dB). Así, si el silencio serían los 5 dB que alcanza el rumor del viento moviendo las hojas, el tic-tac de un reloj sonando en la noche pasaría ya a ser considerado como ruido, pues emite 12 dB. El sonido de la cadena del lavabo se puede acercar a los 20 dB y subir la persiana de la ventana o poner la radio en marcha alcanza ya los 65 dB.

Nos detenemos en este nivel, en los 65 dB, porque es el umbral a partir del cual la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que el oído puede empezar a sufrir daños, unos daños que pueden ser de moderados a irreversibles, en función del tiempo de exposición y el nivel acústico alcanzado. Y lo cierto es que el ruido de una persiana abierta así, de golpe, rompiendo el silencio estrepitosamente, puede ser sumamente desagradable. Pero más allá de las molestias, superados esos 65 dB estaríamos hablando de otro tipo de consecuencias mucho más serias, ya que empezarían las agresiones al oído receptor: el nuestro y el de nuestros vecinos.

El ruido es una amenaza directa a la salud, y no solo estamos hablando de pérdida auditiva

Salgamos a la calle para comprobar hasta dónde llega la violencia del ruido. El tránsito sereno de una avenida en un día de tránsito fluido puede alcanzar los 70 decibelios, pero si cruza una moto ruidosa podemos sufrir la primera agresión seria: hasta 120 dB. Los informes médicos indican que a partir de este umbral de ruido las lesiones para el oído pueden ser muy severas, además de irreversibles.

En esa misma zona de alta contaminación destacan con 125 dB el freno chirriante de un autobús falto de mantenimiento, con 130 el claxon de un automóvil, con 150 la sirena de una ambulancia y con 180 el taladro de una obra. Pero eso no es todo. En el interior de una discoteca se pueden llegar a superar los 200 decibelios, exactamente la misma agresión (a estos niveles sí que ya muy grave y de consecuencias irreversibles) que sufriríamos a pie de pista de un aeropuerto donde todos los trabajadores están obligados a llevar cascos de insonoridad.

La medicina lo tiene muy claro: el ruido es una amenaza directa a la salud, y no solo estamos hablando de pérdida auditiva, que queda ahí y ya no se puede recuperar, sino de riesgos aún mayores ya que, más allá del daño que causa a nuestro sistema auditivo, la exposición constante al ruido puede producir daños cardiovasculares, problemas de hipertensión y alteraciones crónicas de comportamiento. Hay estudios médicos que señalan que la exposición continuada al ruido de alta intensidad puede incrementar notablemente el riesgo de sufrir un infarto debido al estrés que causa al organismo.

La exposición al ruido supone pues un riesgo para la salud. Por eso es tan importante que todos nosotros contribuyamos a respetar el silencio preservando a los demás de nuestra propia contaminación acústica. Y es que a pesar de lo que creemos el ruido no siempre viene de fuera.