Tras un atasco denominación de origen de la ciudad, recorrió a pie el mismo trecho que conocía de memoria hasta la puerta de su oficina. El mismo número de pasos cada día. No hubiese tenido problema en hacer el camino con los ojos cerrados, aunque eso le hubiese impedido saludar a los habituales con los que solía cruzarse, todos ellos a paso ligero camino de sus respectivas tareas. Mientras cruzaba el umbral de la sede de su empresa, una sensación extraña le invadió junto al control de acceso que todos debían traspasar con carácter previo al comienzo de su jornada laboral. No supo definirla. No era algo nítido. La sensación se acrecentó, tomando forma en los acelerados latidos de su corazón,  cuando comenzó a saludar, como cada mañana, a sus compañeros. Sus caras eran distintas. La somnolencia había dejado paso al miedo, con unos ligeros tintes de compasión entre los más cercanos. No llegó a ocupar su sitio, aunque le dio tiempo a ver que su ordenador había desaparecido de la mesa. Su jefe, un tipo extraño que no le caía bien, se cruzó en su camino pidiéndole con gesto serio que le acompañase al despacho. En los segundos que duró el trayecto recordó su niñez rebelde, que le abocaba sin remedio a frecuentes visitas al director del colegio recorriendo los interminables pasillos con la misma sensación en la boca del estómago y el corazón descontrolado. La única diferencia era que, mientras fijaba la mirada en la espalda de su superior, no tenía la percepción de haber hecho nada malo.

La puerta del despachó se cerró tras él, y a los pocos minutos sus compañeros vieron como salía acompañado por los dos funcionarios que ya estaban allí cuando todos ocuparon sus puestos. No volvieron a verle, y su Twitter calló para siempre. Todos ellos regresan cada día a sus respectivos puestos, y recorren el mismo camino por las calles que él había memorizado. Su mesa vacía sigue junto a ellos. Nadie ha ocupado su sitio. Es un aviso para los que no tienen miedo. Es la representación de los que temen a la libertad. La batalla por la libre expresión ha pasado de las plazas a Internet, porque la Red es el nuevo ágora que multiplica el efecto de una voz crítica. En los oscuros y vetustos centros de poder de muchos países lo saben, y por eso no ahorrarán esfuerzos para contener a los valientes.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin