Albert Rivera ha decidido construir su propia realidad. Ha diseñado su hoja de ruta, de la que no quiere desviarse ni un centímetro, aunque los números le hayan dado la espalda.

El crecimiento de su formación es evidente, pero se ha quedado a medio camino. Las expectativas eran mucho más altas de lo que se acabó reflejando en las urnas. Más aun, las previsiones indican que el partido ya ha tocado techo y podría ir cuesta abajo. Nada de esto es un problema. Su lugarteniente, una irreconocible (fuera de Cataluña) Inés Arrimadas, aseguró que Rivera fue investido como líder de la oposición, en el pleno fallido de Pedro Sánchez. Desde el 28A, las voces más enérgicas de la formación naranja insisten en aupar a su líder a un lugar que le niegan los tercos números. La hoja de ruta manda, digan lo que digan las urnas. Y luego acusa a Pedro Sánchez de tener un plan.

Este viaje a ninguna parte está minando las estructuras del partido. El alejamiento de Manuel Valls se podía maquillar. Al fin y al cabo, se trataba de un independiente y no de un fundador, un miembro de la ejecutiva o un militante. Pero el goteo fue, y sigue siendo, continuo. Todo el que tenga sentido de estado o se sienta incómodo con el giro hacia la (ultra) derecha, se siente incómodo dentro de un partido que no admite voces disonantes.

Una de las dimisiones más dolorosas, aunque no para Rivera, fue la de Francesc de Carreras, por ser un hombre respetuoso y respetado por todas las formaciones. Pero como esto sigue, esta última semana, se produjo la deserción de otro miembro importante, el economista Francisco de la Torre. En todos los casos hay un denominador común: la crítica furibunda a Albert Rivera y coqueteo con la ultraderecha. Es verdad que estas voces no se alzaron cuando, en 2009, el partido pactó con Libertas para las elecciones europeas. En este sentido se pueden decir dos cosas: primero, se rectificó de forma razonable; y segundo, a Rivera se le vio el plumero.

Todo el que tenga sentido de estado o se sienta incómodo con el giro hacia la (ultra) derecha, se siente incómodo dentro de un partido que no admite voces disonantes

Aquellos que presionan desde dentro para que Ciudadanos acuerde con el PSOE, acaban yéndose o sin voz. Para esto último, Rivera ha planeado una jugada burda y muy emparentada a la vieja política que dice combatir: ampliar el número de miembros del Comité Ejecutivo, para sumar afines a su causa. El cambio de los Estatutos subirá los integrantes de 40 a 50. Pero la diferencia no será solamente de 10, ya que las dimisiones han dejado en 33 los actuales miembros. Es decir, de un día para otro, sumará 17 socios a su causa.

Este viaje a ninguna parte acabará cuando el partido, que se está posicionando a la derecha del PP, se estrelle ya sin paliativos. Entre el original y la copia, la gente elige el original. Y los originales, en este caso, son PP, que representa a la derecha, y Vox, que representa a la ultraderecha. Mucho más que la banda de mariachis (Aitor Esteban dixit) que lee el periódico por la mañana para saber con qué ideología se levanta. 

Enric Sopena es Presidente Ad Meritum y fundador de ElPlural.com