A veces las casualidades son tan precisas que parecen más destino que azar. La semana pasada, el día de la mujer, hemos despedido a la poeta Pilar Paz Pasamar, la primera voz femenina de la Generación del 50, también conocida como “los niños de la guerra”.  No puedo evitar recordar que, cuando la conocí, estaba más empeñada en que leyera a sus maestras y compañeras que a ella misma, consciente de que había un hueco premeditado en la historia de la literatura española sobre la escritura en femenino. Por ella leí a María Zambrano, a Rosa Chacel, a las hermanas de La Torre, a Concha Méndez, pero también a Elena Martín Vivaldi, Concha Zardoya, Trina Mercader, Concha Lagos, María de los Reyes Fuentes, Francisca Aguirre, Juana Castro y un largo etcétera de escritoras orilladas en los libros y estudios académicos.  

Corría el año 1951 cuando esta jovencísima poeta de nombre Pilar Paz Pasamar, nacida en Jerez de la Frontera apenas 18 años antes, sorprendía el aterido panorama literario de la posguerra española con su primer libro: Mara. Precedido de un elogiosísimo prólogo de la escritora Carmen Conde. El impacto de este poemario de la que era casi una niña que hablaba con Dios, y de Dios, tan directa y duramente en sus poemas, conmocionó vivamente a maestros como Vicente Aleixandre, atentos a lo que luego se llamaría Generación poética del 50 y que se inaugura con este libro. Un libro de incómodo tono metafísico para los ultracatólicos de entonces, que sería la delicia hoy de los que están en esa poesía “rehumanizada”. Así, la muchacha Pilar, inicia una carrera literaria que la convierte en referente de mayores y compañeros de generación. De todos los atentos ojos posados en la prodigiosa nueva poeta, el más certero fue Juan Ramón Jiménez que llega a confesar sobre ella y su libro en la famosa entrevista de Ricardo Gullón: “Hay una muchacha, Pilar Paz Pasamar, que ha escrito un poema excelente, magnífico, sobre Dios. Entre los jóvenes poetas encuentro de vez en cuando cosas excelentes. Ese poema es una joya. Esa niña es genial.”

Se refería al excepcional poema El Reclinatorio. La escritora envía al exiliado Juan Ramón a Puerto Rico su libro, estableciéndose una relación epistolar de amistad que explica alguna de las aún no esclarecidas vinculaciones de los nuevos poetas con los maestros en el exilio. Juan Ramón tutela con el puente tendido de la amistad con Pilar Paz la revista gaditana Platero, proveyéndola de inéditos suyos y de otros autores como Rafael Alberti. Esto queda documentado en una de las cartas en la que el de Moguer dice: “Ahora estaré ya siempre al lado de ustedes, y a tu lado, porque tú estás sola de tu grupo en Madrid. Hoy mismo he echado una carta para los amigos de Cádiz, con la presentación que me pidieron para Rafael Alberti y anunciándoles el envío de trabajos nuevos para la revista. El primero, un prólogo que escribí para le edición española de París. Y ya  no les dejaré mientras yo viva, repito”. Testimoniaría esta carta la importancia de Pilar Paz en el desarrollo de la Revista “Platero” y la precocidad de sus logros literarios y personales dentro de la rama andaluza de la Generación del 50 ya que, como señala el mismo Juan Ramón Jiménez, Pilar Paz ya era una escritora conocida en Madrid y campaba en solitario por sus respetos, mientras muchos de sus amigos gaditanos aún no habían dado el salto a la capital ni a la publicación.  A sus recitales en el Ateneo, y en el Hotel Palace, además de los intelectuales de la época como Dámaso Alonso o Gerardo Diego, llegan a ir asiduamente incluso Ava Gardner con Mario Cabré.

En pleno franquismo, fue ella, quien se atrevió a dar un Simposium sobre los poetas nicaragüenses de la Teología de la Liberación, no sin escándalo por ser mujer y escritora en la España del régimen, con quienes tenía gran vinculación personal y literaria, en especial con Mario Cajina Vega, pero también con Ernesto Cardenal, Pablo Antonio Cuadra o Coronel Urtecho. Con ella, con quienes los jurados de los grandes premios institucionales han sido extraordinariamente cicateros, desaparece la voz de la última discípula española del Nobel Juan Ramón Jiménez, pero queda un ejemplo de vida y una obra, que hace ya años se está convirtiendo en referencia para los poetas más jóvenes y menos frívolos. Un canto que no cesa en el continuo de luz que es la palabra poética.  Al fin y al cabo, como ella misma escribió: "Qué no eres responsable de la belleza/si no de si has cantado con amor "