Cuando Goya, a principios del siglo XIX, realizaba su serie de grabados, no sé si pensaría que plasmar las cosas con tal crudeza era un modo de ayudar a que no se repitieran. Tampoco sé si pensaría algo parecido Rubens cuando pintó su serie Los horrores de la guerra en el siglo XVII ni, si lo haría Picasso y su estremecedor Gernika. Pero lo bien cierto es que, si era ese su propósito, está claro que no lo lograron. Por desgracia.

La guerra es algo que nos quedaba lejos, tanto en el tiempo como en el espacio. Es cierto que nunca ha dejado de haberlas –en estos días sabíamos que en Yemen se ha establecido un alto el fuego tras siete años de contienda- pero era como si no fueran con nosotros. Como me decía mi madre cada vez que, de niña, me espantaba alguna cosa que contaban en el Telediario, “a grandes distancias, grandes mentiras”. Y es que yo era una niña sensible, y era su modo de proteger mi inocencia.

Lo bien cierto es que hemos lucido una falta de empatía de escándalo. En un tiempo de globalización, donde puedes saber lo que ocurre en las antípodas a un solo clic, nos hemos puesto las orejeras. No tenemos más que recordar la profusión de noticias cuando los talibanes se hacían con Afganistán, y lo pronto que hemos olvidado una situación de privación de Derechos Humanos que continúa.

Pero esta vez es distinto. Esta vez los tambores de guerra suenan a las mismas puertas de nuestras fronteras, y de nuestra zona de confort. Y no solo se trata del horror de unas imágenes que estremecerían al corazón más duro, sino de mucho más. Ahora los desastres de la guerra son más que los que Goya pintó, y afectan en un punto que duele especialmente, el bolsillo. Lo que pasa en Ucrania tiene consecuencias en nuestro día a día, en el precio de la gasolina, de la bolsa de la compra, o de una energía de precios desorbitados. No deja de ser curioso que personas que jamás usaron aceite de girasol se quejen de que no haya botellas en las estanterías del súper, pero es una muestra de que esto ya no es algo que ocurre lejos, de la que solo sabemos por las noticias, sino que es algo cuyas consecuencias nos repercuten directamente.

Es una pena que el horror de la guerra nos conmueva más por esto, pero así es. Por eso la guerra de Ucrania no dejará de ser noticia como dejaron de serlo otras guerras.

Tal vez debiéramos recordarlo cuando una nueva contienda aparezca en nuestras pantallas. Ojalá no se diera el caso.