Es absolutamente cierto, comprobable, y además muy evidente, que el neoliberalismo mata. Los gobiernos de derechas matan. Llevan muchos años matando en plena democracia. De antes mejor no hablar. Si se hiciera con rigor un cómputo de las muertes que ocasionaron los recortes en Sanidad en la era Rajoy y Cospedal, estoy segura de que nos espantaríamos de las cifras. Menciono a Cospedal porque protagonizó un caso paradigmático en Castilla-La Mancha al cerrar la planta de oncología infantil de la región, dejando a cientos de niños con cáncer sin acceso a tratamiento; sin ninguna compasión.

Era entonces, desde aquel aciago noviembre de 2011, el inicio del desmantelamiento de la Sanidad; el comienzo de las privatizaciones que eran la mayor consigna del gobierno Rajoy. Todos conocemos casos de muertes, que hubieran sido evitables, por esos recortes atroces que no tenían otro objetivo que el destrozo de la sanidad pública para impulsar a la gente a hacerse seguros privados; o, como alternativa, para quien no pueda pagarlos, soportar la enfermedad, la desatención y la muerte. Que ya sabemos bien la gran utilidad secular del “valle de lágrimas” en la inducción a la sumisión y la aceptación ante el sufrimiento y la muerte.

Las políticas neoliberales, o “de derechas”, tienen consecuencias muy negativas en la vida de las personas. En general, promueven la desigualdad, la precariedad social y laboral (recordemos los deshaucios y los contratos basura), la falta de acceso a los servicios básicos y una clara reducción del proteccionismo social. Es decir, empobrecen, deterioran, destruyen y generan una economía que, basada en el libre comercio y la privatización, despoja a la sociedad de los recursos públicos (que emanan de esa misma sociedad) para traspasarlos a manos privadas. Es decir, aumenta exponencialmente la pobreza general mientras aumenta, también exponencialmente, la riqueza de una supuesta élite parásita que se apropia de lo que no es suyo, sino de todos; dejando a la población vulnerable y desprovista de acceso a la salud, la educación y los servicios públicos de calidad.

El neoliberalismo (o ultracapitalismo, o neofascismo, que es lo mismo) construyen contextos de sufrimiento social y económico,  no dirigidos al bien común, sino, al contrario, a la destrucción del bienestar de la mayoría, creando unas consecuencias devastadoras.  Y a la vez promueven la crueldad y el dolor en la sociedad y en las personas. Quizás porque, como ayer mismo oía a uno de los personajes maravillosos de la película maravillosa La cena, de Gómez Pereira: “los ricos necesitan tener pobres a su alrededor para sentirse ricos”. Más que “los ricos”, para ser justos yo hablaría de los narcisistas voraces, sean ricos o pobres, que necesitan degradar a los demás para sentirse importantes y superiores, porque, muy en el fondo, lo que les habita es una enorme inseguridad y un gran complejo de inferioridad.

Recordemos a los casi 8000 ancianos muertos por desatención en las residencias madrileñas, por no tener seguro médico privado; y recordemos a los 237 muertos ahogados en Valencia, por grave negligencia del señor Mazón y su equipo de gobierno, mientras andaba de comida de cuatro horas en el ya famoso Ventorro, o el caso Yak-42, o el caso 11M, o el Prestige, o el descarrilamiento del metro de Valencia… Es obvio que las derechas encadenan gestiones de tragedias con bulos, mentiras y una vergonzosa evasión de responsabilidades.

Decía Bertolt Brecht en su Libro de los giros (Buch der Wendungen, 1969) que no sólo el crimen directo mata. También matan el hambre, el abandono, la desesperanza, la injusticia o la explotación. En las primeras décadas del siglo XXI tendríamos que preguntarnos por las formas silenciosas de violencia, que se han acabado justificando o normalizando, y que deberían  llamarse, sin miramientos, asesinato social.

El escándalo de los fallos de la Junta de Andalucía en el cribado de las mamografías, que ahora conmociona al país, sobrepasa ya la línea de lo infame y lo grotesco. La privatización de las pruebas médicas, junto a la privatización de los servicios informáticos y una gestión muy negligente han dejado a muchas andaluzas sin ser informadas de que tienen cáncer. Es decir, la privatización de servicios esenciales, junto al colapso del Servicio Andaluz de Salud está provocando la enfermedad y la muerte de muchas mujeres. Que me cuenten cómo se come eso.

Hace poco más de un año Moreno Bonilla transfirió de la financiación del SAS 89 millones de euros como pago de contratos con empresas privadas que, supuestamente, iban a contribuir a reducir las listas de espera quirúrgicas. Es decir, más de lo mismo. Traspaso de dinero público, que se recaba de la renta de los ciudadanos, a empresas privadas, dejando a los ciudadanos sin atención médica decente. Es la consigna de las derechas en asuntos de Sanidad. Y ya sabemos cuáles son las consecuencias ¿Qué podemos esperar en esas circunstancias?

Queda muy lejos, allá por 2009, cuando Barak Obama se fijó en el modelo sanitario público español de entonces para la reforma sanitaria que quiso hacer en EEUU. La Sanidad pública española, ahora desmantelada por el PP, estaba considerada como una de las mejores del mundo. Serán necesarias décadas para recuperarla; eso si dejan de destruirla, mercantilizarla y privatizarla los de las derechas. Tal como destruyen, mercantilizan y privatizan todo lo que es público y huela a democracia.

Coral Bravo es Doctora en Filología