En los últimos días, hemos asistido a una avalancha de encuestas publicadas por medios afines a la derecha. Todas coinciden en lo mismo: que el Partido Popular resiste, que sus barones autonómicos siguen fuertes, que nada ha cambiado. Pero ni son unos estudios rigurosos ni reflejan una tendencia real. Son herramientas de propaganda política. Y el objetivo está claro: disimular que el hundimiento de Alberto Núñez Feijóo arrastra consigo a sus presidentes autonómicos, cuyas gestiones están cada vez más cuestionadas por la ciudadanía.
La estrategia es evidente. Cuando el desgaste es real, cuando los datos ya no acompañan, cuando el liderazgo nacional se tambalea, la derecha se aferra a encuestas infladas para fabricar un relato de fortaleza. Pero ese relato no resiste el más mínimo análisis. ¿Cómo puede ser que el PP pierda más de un millón de votos a nivel estatal a favor de Vox y, al mismo tiempo, todos sus gobiernos autonómicos mejoren? ¿Cómo puede Feijóo desinflarse mientras sus presidentes, que aplican su misma política, suben? La respuesta es sencilla: no puede. Lo que está en marcha no es una ola de apoyo, sino un intento de manipulación de la opinión pública.
Este tipo de encuestas no buscan medir la realidad, sino condicionar el voto. La idea es instalar la percepción de que el PP es inevitable, que no tiene rival y que la ciudadanía ya ha decidido. Se trata de influir en el electorado más volátil, ese que vota por impulso, por sensación de victoria o por evitar “perder el voto”. Pero la realidad es más terca que cualquier titular fabricado. Y en la calle, en los hospitales, en los colegios y en los servicios sociales se percibe un desgaste claro y profundo de las políticas del PP.
Allí donde gobierna el PP, los recortes se han traducido en retrocesos concretos: cierres de centros sanitarios, colapso en las listas de espera, falta de personal sanitario, precariedad laboral, deterioro de la educación pública y abandono de las políticas sociales. En lugar de reforzar lo común, se han dedicado a beneficiar a la sanidad privada, aprobar rebajas fiscales para los más ricos y convertir lo público en un negocio para unos pocos.
Un ejemplo escandaloso es el de Andalucía. Más de 2.000 mujeres han sufrido retrasos inadmisibles en diagnósticos de cáncer de mama, y muchas de ellas han visto cómo la enfermedad avanzaba por la falta de atención a tiempo. ¿La respuesta de Moreno Bonilla? Callar. Despedir a su consejera y seguir como si nada hubiera pasado. Pero este no es un caso aislado. En Madrid, hay personas que tienen que esperar hasta 2027 para hacerse una simple ecografía. En Castilla y León, Mañueco recorta la inversión en prevención de incendios, tachándola de “despilfarro”. En la Comunidad Valenciana, Mazón ha comenzado a desmantelar la sanidad pública construida por el anterior gobierno progresista, mientras vende una imagen de eficacia que no se sostiene en los datos.
Este deterioro de los servicios públicos no es un accidente, ni una mala racha. Es la consecuencia lógica de una forma de gobernar. Es el modelo del PP: privatizar, recortar, externalizar y favorecer a quien más tiene. Cuando los recursos públicos llegan, no se destinan a reforzar los servicios que la mayoría necesita, sino a consolidar un sistema de privilegios.
Y no es por falta de financiación. En estos siete años de gobierno de Pedro Sánchez, las comunidades autónomas han recibido 300.000 millones de euros más que con Rajoy. Andalucía ha recibido 54.000 millones adicionales. Madrid, 43.000 millones más. ¿Dónde está ese dinero? ¿Dónde están las mejoras estructurales? La respuesta, en muchas comunidades gobernadas por el PP, es vergonzosa: el dinero ha servido para financiar privatizaciones y para rebajar impuestos a quienes más tienen, mientras los hospitales y centros de salud se caen a pedazos.
A esta realidad se responde con titulares hinchados, encuestas cocinadas y una ofensiva mediática destinada a fabricar ilusión donde solo hay desgaste. Pero los ciudadanos no son tontos. Ya lo demostraron en las elecciones generales de 2023. Entonces, también decían que Feijóo arrasaría. Que estaba a punto de lograr la mayoría absoluta. Todos los medios conservadores repetían el mismo mensaje. Pero la realidad se impuso: el PP no convenció, no sumó, no gobernó. Y no porque no lo intentara, sino porque la ciudadanía supo ver lo que se escondía detrás de la fachada.
El mismo engaño se repite ahora. La derecha quiere hacernos creer que, aunque Feijóo se desploma, sus presidentes autonómicos están mejor que nunca. Que nada les afecta. Que están blindados. Pero eso no es solo poco creíble: es absurdo. Los barones del PP no son ajenos al desplome del liderazgo nacional. Comparten políticas, comparten modelo, comparten partido. Si Feijóo se hunde, ellos se hunden con él.
Y más aún cuando no hay una sola propuesta del PP para mejorar la vida de la gente. No tienen plan para la sanidad, ni para la educación, ni para la dependencia, ni para la vivienda. No tienen empatía, ni programa, ni compromiso. Solo tienen cálculo electoral, ruido mediático y una red de medios afines que actúan como altavoz de un relato cada vez más alejado de la realidad.
Además, el PP ya no puede escudarse en el “no hay dinero”. Lo hay, y mucho. Lo que no hay es voluntad política de poner los recursos al servicio de la mayoría. La derecha ha elegido beneficiar a unos pocos, a costa de los derechos del resto. Por eso es tan importante que los ciudadanos no se dejen arrastrar por encuestas infladas ni titulares interesados. Porque detrás de esa ficción, hay una gestión que está empeorando la vida real de millones de personas.
A pocos días de cumplirse un año de la tragedia de la DANA, sigue viva en la memoria la inacción del Gobierno valenciano, la pasividad de Mañueco, la descoordinación de Rueda. En cada crisis, el PP demuestra lo mismo: no está cuando se le necesita. No responde, no se anticipa, no protege. En cambio, cuando hay que recortar, privatizar o favorecer a una empresa amiga, siempre aparecen.
El PP cree que la memoria es frágil. Que con repetir encuestas falsas y titulares eufóricos, la gente olvidará. Pero la memoria pesa, especialmente cuando se trata de derechos, salud y dignidad. Porque no es solo que las cosas no mejoren donde gobiernan: es que la vida empeora. Y eso no lo tapa ninguna encuesta.
Votar al PP no es inocuo. Tiene consecuencias graves. Y una de las más evidentes es el deterioro de lo público, empezando por la sanidad. Por eso necesitan taparlo. Por eso se aferran a encuestas. Pero el hundimiento de Feijóo no es solo suyo: arrastra a todos los que lo acompañan y comparten su modelo. Porque cuando se comparte el poder, también se comparten las consecuencias. Y por mucho que inflen encuestas, no pueden inflar la realidad.
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